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viernes, 25 de noviembre de 2016

CAER Y LEVANTARSE


¡Caer y levantarse!



“No se equivoca el hombre que ensaya distintos caminos para alcanzar sus metas, se equivoca aquel que por temor a equivocarse no actúa. No se equivoca el pájaro que ensayando el primer vuelo cae al suelo, se equivoca aquel que por temor a caerse renuncia a volar permaneciendo en el nido.

Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudin. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?". "Mi capa cayó al suelo". Respondió Nasrudín. Pero… "¿una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron: "Por supuesto, si usted está dentro de ella, como yo lo estaba".   

El error más grande lo cometes cuando, por temor a equivocarte, no te arriesgas para lograr tus objetivos. No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar; se equivoca el agua que por temor a equivocarse, se estanca y se pudre en la laguna” (A.D.)


* Enviado por el P. Natalio 

viernes, 18 de noviembre de 2016

QUÉ HORA ES?


¿Qué hora es?



Una vez vi un bonito reloj y me aproximé para verlo más de cerca. Debajo del reloj, había una pregunta curiosa que decía ¿Qué hora es?

Estas tres palabras unidas forman una gran pregunta para nuestras vidas. Luego de leer esta pregunta, vinieron a mi mente muchas respuestas para cada persona, como por ejemplo:

Es Hora de Perdonar, es la respuesta de las personas que a lo largo de los años han vivido odiando a alguien.

Es Hora de Arrepentirse puede ser la respuesta de los pecadores

Es Hora de Olvidar, responderá alguien que vive de recuerdos, pensando en el pasado, amarrado al pasado, atrapado en el pasado.

Es Hora de Dar, tendría que responder una persona que ha sido mezquina, que ha sido egoísta y se ha olvidado del prójimo

Es hora de ser Humilde, sería la respuesta de las personas orgullosas

Es hora de estar alegres, por la esperanza que tenemos (Romanos 12,12) sería la respuestas de miles que viven tristes y sin esperanza.

Es hora de buscar la Paz, es hora de buscar la Armonía, tendrían que responder los que viven en guerra, buscando la violencia.

Es hora de ser valientes y trabajadores, tendrían que responder los perezosos y flojos.

Es hora de seguir el Camino, la Verdad y la vida, dirían los que están perdidos

Es hora de seguir al Buen Pastor, dirían las ovejas descarriadas

Es hora de buscar la Luz, exclamarían los que viven en la oscuridad

Es hora de Ayunar, es hora de la penitencia, es hora de la limosna, dirían los feligreses en Cuaresma.

Es hora de buscar a Dios, dirán también muchos

Para la pregunta "¿Qué hora es?" existen muchas y diversas respuestas. Hay diferentes maneras de contestar, pero de manera particular la respuesta que yo daría, mi respuesta preferida, la que más me emociona es: ES HORA de: "AMAR A DIOS con todo nuestro CORAZON, con toda nuestra ALMA, y con toda nuestra MENTE y con todas nuestras FUERZAS (Mc 12,29)"

Por gracia de Dios, nosotros tenemos aún un reloj: el reloj de nuestra vida. Aún nos queda el tiempo necesario para responder adecuadamente a la pregunta: ¿Qué hora es? 

Responde con tu vida a esta pregunta, con tus acciones; responde con buenas obras.

Un consejo: Durante el resto de tu vida, prepara la repuesta que salvará tu vida.

Si aprovechas el reloj de la vida y aprendes a responder a esta pregunta, cuando mueras y te encuentres ante el tribunal de Cristo, a ti te corresponderá hacer esta pregunta. Sí, en efecto, probablemente cuando llegues asombrado por el cambio de estado, preguntaras: ¿Qué hora es Señor? 

Y si en la vida terrenal aprendiste a responder a esta pregunta, Jesucristo seguro te responderá:

Es hora de la ETERNIDAD, Es hora de la VIDA ETERNA.


© Web Católico de Javier

HERIDAS QUE AHOGAN EL ALMA


Heridas que ahogan el alma
No puedo permitir que esas heridas paralicen mi alma. Tengo mil horizontes que se harán realidad si empiezo a dar un nuevo paso.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Los golpes de la vida dejan heridas. Algunas, gracias a Dios, cicatrizan con cierta velocidad. Otras tardan en cerrarse. Otras siguen abiertas por semanas, meses, incluso años.

Las heridas del corazón tienen un comportamiento parecido. Una ofensa, una traición, un desengaño, un fracaso, pueden hacernos daño durante un tiempo breve, pero sin dejar grandes huellas en la propia vida. Otras veces tardan más tiempo, pero al final cicatrizan. Pero existen heridas del alma que sangran durante un tiempo largo, muy largo, casi asfixiante.

Esas heridas ahogan el corazón y lo sumergen en depresiones intensas, en miedos que aturden, en odios que destruyen, en sospechas hacia todos y hacia todo, en desesperanza, en agonía interior.

Es casi imposible evitar los malos momentos, los golpes fuertes en el camino de la vida. Pero es importante saber afrontarlos con un corazón sano y con un realismo sereno. Sobre todo, con la esperanza puesta en Dios.

En el mundo no todos son buenos, pero tampoco todos son malos. No todas mis decisiones llevan a buenos resultados, pero no todas están condenadas al fracaso. Entre mis amigos no todos son fieles y sinceros, pero gracias a Dios no son todos traidores y miserables.

Las heridas forman parte de la vida, constituyen un ingrediente inevitable entre quienes emprenden un camino. A veces, porque uno mismo es torpe y no supo prever dónde estaba el peligro. Otras veces, porque los otros, con o sin culpa, obstruyen nuestra vida, provocan heridas en el cuerpo o en el alma, cortan nuestros mejores sueños o también (gracias a Dios) impiden que llevemos a cabo planes absurdos.

No puedo permitir que esas heridas paralicen mi alma. Tengo entre mis manos mil horizontes que se harán realidad si empiezo a dar un nuevo paso. Hay ojos y corazones amigos que piden, que suplican, que me levante de mi pena, que deje mis angustias, que supera ofensas, que pida perdón a Dios y a quien he dañado de algún modo, que ponga en marcha mi inteligencia y mi voluntad para conquistar metas buenas.

Hoy es un día en el que mi corazón puede recibir una terapia profunda, intensa, desde las manos de un Dios que no dejará nunca de amarme, porque soy obra de sus manos. Basta simplemente que le dé permiso para que limpie, para que cosa, para que le deje hablar en lo más íntimo del alma, para que consuele mi dolor, para que perdone mi pecado, y para que me lleve, suavemente, a perdonar a todo aquel que me haya provocado alguna herida en este camino misterioso del existir humano.

viernes, 11 de noviembre de 2016

PORQUE ÉL TE AMA!!

¡Porque Él te ama!



En la plaza principal de una gran ciudad, un ateo decía cierto día, un discurso en el que blasfemaba groseramente el nombre de Dios. Por fin, exclamó, como, con soberbia y en tono autoritario: 

-¡Doy cinco minutos a Dios para que me mate, si es que dice la verdad! 

Durante cinco minutos permaneció callado y su auditorio también. Después, el orador exclamó triunfante: 

- ¡Vieron ! ¿No les dije yo que no hay Dios de ningún tipo? ... ¡Si Dios existiese Él me hubiera escuchado y yo estaría muerto ahora ! 

Una señora de edad avanzada le preguntó: 

- ¿Usted tiene hijos?

- Tengo - respondió el hombre-. Pero no veo la relación que eso pueda tener con el asunto del que nos estamos ocupando.

- ¡Tiene y mucha! - continuó la señora. Si uno de sus hijos le diese una daga y, le dijese: 
- -¡Padre, mátame con esta daga!, ¿usted lo mataría? 

- Ciertamente que no - replicó el hombre.

- ¿Por qué ? - continuó la sabia señora.

- ¡Porque los amo! - afirmó el hombre.

- ¡Ah! ..., ahí está la razón por la que Dios no lo mató. ¡Él también lo ama, a pesar de su maldad ! 

Y la señora con la mirada erguida al Cielo, dijo: 

- ¡No te mató, porque te Ama!. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

TODAVÍA...


Todavía…



El paso fugaz del tiempo es percibido por todos. El tiempo es un bien muy valioso. Pero, la verdad es que tendemos a desperdiciarlo, en vez de aprovecharlo con prudencia. Es evidente que no debes emplear demasiado tiempo en tareas pequeñas y, por el contrario, poco tiempo en los asuntos importantes. Pide a Dios  le enseñe a valorar este regalo de un día más.

Todavía estás a tiempo de soñar. Todavía estás a tiempo de cambiar. Todavía estás a tiempo de crear, de crecer y de buscar. Todavía estás a tiempo de seguir un ideal. Todavía estás a tiempo de emprender un nuevo camino, de sembrar y cosechar. Todavía estás a tiempo de dar. Todavía estás a tiempo de madurar. Todavía estás a tiempo de perdonar, de probar y de amar. Todavía estás a tiempo de hacer realidad alguna de tus más apreciados sueños. Toda la fuerza para que esto suceda está en tu interior.

Responsabilidad, valor de las pequeñas tareas cotidianas, manifestaciones de bondad, superación del egoísmo, son líneas maestras de un serio programa espiritual que ayuda a crecer y madurar cada día. “Ser maduro es un aprendizaje constante y culmina cuando nos retiramos de esta fiesta que es la vida”. El Señor te acompañe con su bondad.


* Enviado por el P. Natalio 

lunes, 31 de octubre de 2016

LA UNIÓN FAMILIAR


La unión familiar



Las piedras de los cerros caen al lecho de los torrentes y allí rozándose entre sí, pulen sus aristas, se suavizan y se vuelven brillantes. La convivencia familiar nos ayuda a madurar y pulirnos. Es un taller donde se forma la personalidad y se arraigan virtudes fundamentales, como la paciencia, la humildad y la esperanza. Aprovéchalo.  

Un padre tenía siete hijos, que casi siempre estaban en desacuerdo. Algunos malvados pensaron aprovechar esta debilidad para apoderarse de la herencia al morir el viejo. Entonces el padre reunió a sus hijos, les mostró un atado de siete varas y les dijo: “Aquél que logra romper estos palos, recibirá la chacra en herencia.” Uno tras otro, usando todas las fuerzas, lo intentó inútilmente. Y dijeron: “¡Es imposible!”.  “Y sin embargo no hay nada más fácil”, replicó el padre. Desató las sogas, separó los palos, y sus gastadas fuerzas fueron suficientes para quebrarlos uno tras otro. “¡Claro!”, exclamaron los hijos, “así es fácil, ¡hasta un niño lo hace!” Pero el padre añadió: “Hijos míos, lo mismo sucederá con ustedes. Mientras estén unidos, nadie los podrá vencer”.

El amor que pide Jesús debe llevarte a evitar en tu familia las faltas de aceptación, incomprensiones, y malentendidos. El Señor te quiere ver bondadoso, pacífico, servicial… No es fácil, pero lo puedes, si lo pides cada día: “Señor, ayúdame a ser hoy comprensivo, compasivo y paciente en mi hogar”. Que tengas un día de buena convivencia.


* Enviado por el P. Natalio 

sábado, 29 de octubre de 2016

EL EJECUTIVO


El Ejecutivo


Un exitoso hombre de negocios se estaba haciendo viejo y sabía que era el momento de elegir un sucesor para hacerse cargo del negocio.  En lugar de elegir uno de sus gerentes o sus hijos, decidió hacer algo diferente.  Él llamó a todos los jóvenes ejecutivos de su compañía en conjunto.

Dijo: "Es hora de que me retire y elegiré el próximo Director.  He decidido elegir a uno de ustedes".  Los jóvenes ejecutivos se sorprendieron, pero continuó el jefe.  "Hoy voy a dar a cada uno de ustedes una semilla, una muy especial semilla.  Quiero que planten la semilla, le pongan agua y vuelvan aquí dentro de un año con lo que ha crecido de la semilla que les he dado.  Luego juzgaré las plantas que traigan y el dueño de la planta que yo elija será el próximo Director".

Un hombre, llamado Jim, estaba allí ese día y al igual que los otros, recibió una semilla.  Fue a su casa y con entusiasmo le contó  a su esposa la historia.  Ella le ayudó a conseguir un bote, la tierra, la composta y plantó la semilla. Todos los días, añadía agua y miraba si había crecido algo la planta. 

Después de unas tres semanas, algunos de los otros ejecutivos comenzaron a hablar de sus semillas y de las plantas que comenzaban a crecer.  Jim miraba su semilla, pero nada que crecía.

Tres semanas, cuatro, cinco semanas pasaron, todavía nada.  Por ahora, otros hablaban de sus plantas, pero Jim no tenía una planta y se sentía un fracaso.

Pasaron seis meses y aún no había nada en el bote de Jim.  Sólo sabía que había dañado su semilla.  Todo el mundo tenía árboles y plantas altas, pero él no tenía nada.  Jim no le dijo nada a sus colegas, sin embargo, mantuvo regando y fertilizando la semilla… deseaba que la semilla creciera.

Un año pasó y por último todos los jóvenes ejecutivos de la empresa trajeron sus plantas delante del Director general para la inspección.  Jim le dijo a su esposa que no iba a llevar un bote vacío.  Pero ella le pidió que fuera honesto acerca de lo sucedido.

Jim se sintió mal, pensó que iba a ser el momento más embarazoso de su vida, pero sabía que su esposa estaba en lo cierto.  Tomó su bote vacío y lo llevo a la sala de juntas.  Cuando Jim llegó, se sorprendió de la variedad de plantas cultivadas por los demás ejecutivos. Eran hermosas, en todas las formas y tamaños.  Jim puso el bote vacío  en el suelo y muchos de sus colegas se rieron, algunos sentían pena por él…

Cuando el Director llegó, examinó la habitación y saludó a sus jóvenes ejecutivos.  Jim sólo trató de esconderse en la parte posterior.  "Vaya, qué grandes plantas, árboles y flores que han crecido," dijo el Director.  "¡Hoy uno de ustedes será nombrado Director en reemplazo mío!"

De repente, el Director  vio a Jim en el fondo de la sala con su bote vacío.  Ordenó al Gerente Financiero traerlo al frente.  Jim estaba aterrorizado. Pensaba  "El Director sabe que soy un fracaso. Tal vez me va a despedir"

Cuando Jim llegó a la parte delantera, el Director le preguntó qué le había pasado a la semilla.  Jim le contó la historia.  El Director  pidió a todos sentarse, excepto Jim.  Miró a Jim, y luego anunció a los jóvenes ejecutivos: "He aquí a un lado su nuevo Director.  Su nombre es ¡Jim!"

Jim no lo podía creer.  "¿Cómo podía ser el nuevo Director?” Dijeron los otros.

A continuación, dijo el Director: "Hace un año, les di a todos en esta sala una semilla. Yo les dije que tomaran la semilla, la plantaran, la regaran con agua y la trajeran de vuelta a mi hoy. Pero yo les di a todos semillas muertas, no era posible que crecieran.  Todos ustedes, a excepción de Jim, me han traído árboles, plantas y flores. Cuando encontraron que la semilla que yo les di no crecería, la sustituyeron por otra semilla.  Jim fue el único con el coraje y la honestidad que me trajera un bote con mi semilla que le di. Por lo tanto, él es el que será el nuevo Director"

* Si plantas honestidad, recogerás confianza.
* Si plantas bondad,  cosecharás amigos.
* Si plantas humildad, cosecharás grandeza.
* Si plantas perseverancia, cosecharás felicidad.
* Si usted trabaja duro, cosechará el éxito.
* Si plantas perdón, cosecharas la reconciliación.

domingo, 9 de octubre de 2016

PUEDO LIMPIAR MI CORAZÓN?


¿Puedo limpiar mi corazón?
La confesión un verdadero encuentro con Cristo que purifica cualquier intención.


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net 






No hace mucho tiempo escuché en la predicación de unos ejercicios espirituales una frase que por su sencillez, dramatismo y realismo ejemplifica muy bien las consecuencias del pecado en nuestro corazón. “Hacer el mal produce placer. El placer pasa, el pecado queda. Hacer el bien produce dolor. El dolor pasa, el bien queda”.

Al pecar, nuestro corazón queda infectado. No solamente comete la falta, sino que queda herido en su naturaleza. Son huellas que quedan y que de alguna manera, le restan fuerza, claridad y vigor en la lucha constante por hacer siempre el bien, por conseguir la virtud que nos hemos propuesto alcanzar. Querámoslo o no, el pecado va debilitando la fuerza de voluntad. Imagínate tu corazón como esa bomba de amor que constantemente esta haciendo llegar una savia pura y fresca a todas las acciones de tu obrar cotidiano, que te impele a estar siempre obrando el bien con el fin único de alcanzar la santidad, el parecerte a Jesucristo. Los pecados son basuras que se van incrustando en la bomba y que no permiten que circule libremente la savia vivificadora. No es que el corazón se estropee. Es que al corazón se le van adhiriendo basuras, vicios, comportamientos que impiden que en todas las acciones que debe realizar brille la virtud que debes conquistar. Al paso del tiempo podemos muy bien preguntarnos: “... y bien, ¿por qué no soy lo que debo ser? ¿Por qué estoy retrocediendo en lugar de avanzar?”

Cuentan que Leonardo Da Vinci, buscaba modelos para su obra “La última cena”. Fácilmente encontró a Jesús: un joven florentino en la primavera de la vida: fuerte, alto, con la mirada fresca, envolvente y cautivadora. Limpia. Fue fácil invitarlo a posar. Pasó el tiempo y entre las distintas actividades del gran maestro el cuadro no quedaba terminado. Serían diez años desde que había comenzado el cuadro y para dar por terminada la obra faltaba otro de los personajes principales de la escena: Judas, el discípulo que traicionó a Jesús. No era cosa de otro mundo buscar una persona que pudiera servir de modelo, si bien a nadie le agradaba tal empresa, por las heridas que en la susceptibilidad personal pudieran causarse: eso de quedar inmortalizado en la historia como un traidor no era del todo halagador para nadie. Así las cosas, Leonardo buscó entre las peores tabernas a los posibles personajes que pudieran desempeñar el triste papel de Judas Iscariote. Buscando, buscando, lo encontró: un hombre, no muy grande, de unos treinta años pero con una mirada triste, perdida, el ceño fruncido y las espaldas ya algo cargadas por el paso del tiempo. Con todo respeto lo invitó a la osada empresa y el sujeto aceptó. Habría sido en las primeras sesiones cuando nuestro modelo, sin notarlo, comenzó a llorar. Leonardo, tratando de congraciarse con él y admirando su exquisita sensibilidad le dijo:
-Pero hombre. No llores, no es para tanto. Tú no eres un traidor, tan sólo me estás ayudando en esta empresa. Es cierto que te ha tocado jugar un papel muy poco halagador, pero por favor, no lo tomes así.
A lo que el hombre respondió:
-No lloro por lo que tú me estás diciendo. Lloro por mí mismo. ¿Es que no me reconoces? Cuánto habré cambiado que al cabo de diez años tú mismo me pediste que posara como Jesucristo y ahora me invitas a ser Judas Iscariote...

El corazón también ha sido comparado por un gran maestro espiritual del siglo XX como una papa. Comparación poco elegante, ciertamente, pero muy efectiva. Una papa si se la deja en cualquier parte, es capaz de echar raíces ahí en donde se le coloca. Puede ser en la bodega, en la alacena de una casa, en lo oscuro de un diván. Echa raíces. De la misma manera, nuestro corazón se habitúa a actuar de cualquier forma. Si no estamos atentos irá adquiriendo tendencias malas de aquí y allá y al final no nosotros mismos acabaremos por reconocerlo.

Es por ello que debemos hacer de vez en cuando una purificación de nuestro corazón, una limpieza profunda para quitar esas manchas, esos virus que puedan haberse incrustado en el camino diario.

¿Signos con los que podemos detectar que ya necesitamos una purificación de nuestro corazón? Hay varios.

Primero: nos dejamos de doler por nuestras faltas, especialmente aquellas faltas que cometemos por culpa de nuestro defecto dominante. Ya no le damos la importancia necesaria como la solíamos dar al inicio de nuestro programa de reforma de vida. Nos hemos ido acostumbrado poco a poco a esas fallas. Nuestro corazón “ha aprendido a convivir” con esas fallas. Como los virus que ya no son detectados por los anticuerpos. Nuestro cuerpo se ha habituado de tal manera a convivir con ellos que ya no detecta su presencia. En la vida espiritual puede pasarnos algo semejante. No es que no le demos importancia a las fallas, pero ya no nos duelen tanto, no nos movemos tanto hacia una conversión fuerte, eficaz, ya no nos causa tanto dolor el haber cometido esas faltas. El pecado ha “obnubilado” la forma de ver las cosas. Lo que antes nos causaba gran dolor, ahora simplemente nos causa fastidio o flojera y podemos tener expresiones como las de “se ve que yo soy así y me va a ser muy difícil cambiar”. “Lo he intentado todo...” “Total: no es tan malo...” Si una alarma contra incendios no funciona bien, el día menos pensado que necesitemos de sus servicios nos fallará y entonces lamentaremos las consecuencias de no haberle dado un servicio de mantenimiento con la frecuencia con la que se lo habríamos de haber dado.

Otro de los signos con los cuales podemos detectar que las cosas no marchan ya muy bien en nuestro corazón es el hacernos esclavos de las circunstancias. Tengo mi programa de reforma de vida, pero yo mismo hago mis espacios mentales para no cumplirlo, porque las circunstancias indican otras cosa o son desfavorables, según nuestro propio y peculiar juicio. “Una vez al año, no hace daño.” “Ahora estoy con mis amigos.” “En estos momentos me siento tan cansado.” “Era muy difícil no haber caído: la tentación se me presentó en forma tan inesperada...” Y justificaciones similares. Las circunstancias son las que cada día se van enseñoreando más de nuestro corazón hasta dominarlo. Nos convertimos en hombre y mujeres de circunstancias, porque nos fuimos habituando a dejar que ellas fueran dictándonos los comportamientos de nuestro obrar. Y nuestro corazón, si bien seguía bombeando, la savia ya no pasaba porque había sido taponada por las circunstancias.

Confundimos la ilusión con la realidad. Creemos que ciertas cosas pueden hacernos bien y no nos damos cuenta del mal que nos provocan. Hemos trastocado los términos de todo. Lo bueno ya no lo vemos tan bueno y lo malo, por consecuencia, ya no lo vemos tan malo.

Un último signo es la justificación para no obrar el bien con la fuerza y la constancia con la que deberíamos hacerlo. Encontramos una respuesta fácil y cómoda para explicar nuestra falta de virtud. No nos preocupamos por alcanzar las cumbres de la santidad. Nos justificamos con que no somos malas personas y así, vamos tirando en la vida.

Cuando alguno de estos signos se presentan, señal es de que nuestro corazón comienza a atrofiarse, a ensuciarse. Es tiempo de una buena purificación, de una buena limpieza interior. Y esta limpieza debe ser profunda, debe ir a las raíces de las faltas. No quedarnos en la superficialidad, sino ir al fondo. ¿Cómo logra esta purificación? La Iglesia católica nos recomienda la confesión de nuestros pecados. Pero debe ser una confesión profunda íntima, llena de fe. Una confesión que mire más las actitudes por las que hemos cometido las faltas, que las faltas en cuanto tal.

Sabemos que la gracia actúa en el alma, porque la gracia es eficaz, actúa por sí misma. Pero las buenas disposiciones del alma, ayudan a que la gracia actúe con mayor profundidad, porque el individuo se presta para ello: prepara los lugares en donde la gracia puede actuar. Puedes confesarte con mucho sentido de arrepentimiento, con mucho dolor de los pecados, pero si no hay las disposiciones, los medios para cambiar, será difícil que la gracia actúe. Borrará los pecados, de eso no nos cabe la menor duda, pero que actúe en tu corazón, que lo disponga a actuar siempre para el bien, que lo fortalezca, que lo vigorice, eso dependerá de tus buenas disposiciones.

¿Cómo disponernos a una buena purificación de nuestro corazón para que actúe la gracia? ¿Cómo disponernos para que cada confesión sea un verdadero encuentro con Cristo que fortalezca nuestro corazón y lo lance a obrar siempre y de mejor manera el bien para vencer nuestro defecto dominante y alcanzar la virtud que queremos conquistar?

Te invito a conocer y saber cómo hacerlo, en el siguiente artículo. Por mientras, te dejo de tarea el que revises un poco cómo son tus confesiones. No te pido que revises únicamente la mecánica de tus confesiones o de qué pecados te confiesas con mayor frecuencia, sino que analices las actitudes de tus confesiones. ¿Cuál es la actitud fundamental por la que recurres al sacramento de la penitencia? ¿Cómo dispones tu corazón al sacramento de la confesión? ¿Qué pasaría si no pudieras confesarte? ¿Vivirías igual? ¿Cambia tu vida después de cada confesión? ¿O sigue más o menos igual? ¿Es para ti la confesión un verdadero encuentro con Cristo?

jueves, 29 de septiembre de 2016

DECIR GRACIAS


Decir Gracias
Seamos personas que trasmitan gratitud.
Por: Diego Macías, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 



Decir gracias, para la mayoría de los hombres se ha hecho algo tan frecuente, algo a lo que ya nos hemos acostumbrado a decir y a escuchar. Pocos pensamos, al decir gracias, el verdadero significado de esta palabra e incluso nunca llegamos a experimentar su verdadero sentido.

Decimos gracias decenas de veces a lo largo de nuestro día: “gracias” al vendedor que en el supermercado nos atendió, “gracias” ante un favor que nos han hecho, “gracias” al mensajero que nos trasmite una noticia, y así sucesivamente se van saliendo de nuestra boca esas “gracias”.

Un día un estudiante caminaba por la universidad y se dirigió a una de las aulas de clase. Sin él percibirlo se le adelantó uno de sus compañeros y le abrió la puerta. Instantáneamente se produjo un “gracias” sencillo y claro. El que había abierto la puerta le responde: ¡gracias a ti! Esto dejó desconcertado y pensativo al otro estudiante.

El sentido de lo que quiere decir “gracias” según los diccionarios es: “expresar nuestro agradecimiento por cualquier beneficio, favor o atención que se nos dispensa”. Aquí se encuentra el hoyo en el que estamos metidos. Nos quedamos en el simple gracias del diccionario que es dar un gracias por algo que nos ha sido dado. Dar por recibir. Dar gracias por algo que yo (subrayado) recibo es sólo un gracias-ego; ¿pero porque no ir mas allá en dar gracias por aquello que no hemos recibido? ¿Por qué no salir de ese gracias-ego legalista?

Ese estudiante-portero de la universidad ha entendido el gran significado y sentido del verdadero “gracias”. Ese “gracias” que muchos estamos lejos de decir con esa profundidad, pero que también nosotros podemos dar. Cuando se ve un buen testimonio, dar gracias a aquel que lo hizo; cuando se no reprime dar gracias porque se nos educó, dar gracias hasta por aquello que nos ha pasado y que nos ha hecho sentir mal o nos ha herido, hay tantas y tantas cosas por las cuales agradecer sean buenas o malas; así lo dice Pablo de Tarso “todo sucede para bien de los que aman a Dios”.

La gratitud es un valor que se ha ido desgastando con el mal uso. Ahora existe una gran necesidad de un “gracias” sincero, verdadero y lleno. Ya no se suele dar gracias pues se piensa que todo se nos debe dar. No sabemos decir gracias por aquello que recibimos sin merecerlo; pues exigimos lo que no merecemos, parece extraño esto, pero si nos examinamos seriamente aceptaremos la verdad.

Seamos personas que trasmitan gratitud. Demos “gracias” de los buenos. Seamos gente que agradece hasta por aquello que no debemos recibir. Un gracias bien dicho puede cambiar el rumbo del mundo.

sábado, 24 de septiembre de 2016

CUANDO ME AMÉ


Cuando me amé



Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.

Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.

Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.

Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.

Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.

Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.

Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.

Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.

Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!

No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.

Si a estas reflexiones de Charles Chaplin, le añadimos la recomendación de poner en manos de Dios nuestras vidas y de encomendarnos al Espíritu Santo para tomar las decisiones adecuadas en nuestras acciones de cada día, habremos aprendido a vivir mucho mejor.

viernes, 16 de septiembre de 2016

VENCER EL MIEDO


Vencer el miedo



No debemos tener miedo porque Dios está con nosotros, si vivimos en su gracia y amistad, y nada pueden las criaturas contra un hijo de Dios.

Pero hay alguien que está muy interesado en que tengamos miedo, y ese alguien es el diablo, que como vive él mismo y sus demonios en el miedo, también quiere inculcarlo en las almas.

Trató de infundirle miedo al mismo Hijo de Dios, y lo hizo sudar sangre en el Huerto de los Olivos. También lo hará con nosotros. Pero no debemos ceder ante los engaños y amenazas del Maligno, sino ser valientes, con la valentía de los hijos de Dios, y presentar batalla al diablo y al miedo, porque también tenemos que reconocer que muchos de nuestros miedos no vienen del demonio, sino de nosotros mismos, de nuestras dudas e inseguridades, y quizás también de una mala educación.

Sea lo que fuere, tenemos que aprender a no tener miedo, porque Dios y su Madre nos protegen, y los destinos de nuestras vidas están en las manos de Dios, que no permitirá que seamos vencidos, si confiamos en Él.

¡Cuántas decisiones en la vida las tomamos por miedo! ¡Cuántas oportunidades en la vida perdemos por miedo!

Es tiempo de adoptar aquel lema que nos diera el Papa Juan Pablo II cuando comenzó su pontificado: “No tengáis miedo”.

Y es que el miedo hace cometer muchas imprudencias y nos estorba para ser felices y plenos, para vivir valientemente nuestra fe ante quien sea.

Hay gente que es valiente ya de nacimiento, y benditos sean ellos. Pero quizás nosotros no seamos valientes por naturaleza; y entonces será el momento de comenzar a trabajar nuestros miedos para conquistar la valentía en todas las cosas.

Debemos decir como decían los Santos: “¿Miedo o temor? Sólo al pecado”.

Es cierto que para muchos de nosotros será un reto no pequeño el llegar a ser valientes y dejar de tener miedos. Pero sabemos que la vida cristiana no es fácil, es una lucha continua en todos los campos. Así que a no desanimarnos y adelante, sabiendo que Dios está con nosotros, y que todo lo bueno que queremos lograr para mejorarnos y santificarnos, es bien visto por Dios, que no niega Su ayuda si tenemos buena voluntad.


* Sitio Santísima Virgen.

EL ALMA DE UN NIÑO


El alma de un niño
Aprendamos de ellos y no permitamos que pierdan su esencia por falta de atención, amor, educación o disciplina de parte de nosotros los adultos responsables de ellos


Por: Maleni Grider | Fuente: ACC – Agencia de Contenido Católico 




En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?” Jesús llamó a un niñito, lo colocó en medio de los discípulos, y declaró: “En verdad les digo: si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos”. Mateo 18:1-4

Mucho se dice que “los niños son crueles”, y en la vida práctica suele en ocasiones ser verdad. Pero esto sólo ocurre cuando, de manera colectiva, los niños son incitados por alguien más, o cuando la falta de atención, amor y educación por parte de los padres los impulsa a cometer actos irresponsables, de poca conciencia, o de carácter irrespetuoso.

Sin embargo, en general, y cuando los niños reciben el cuidado que merecen, ellos son completamente capaces de crecer saludables y madurar en personas de bien, exitosas y llenas de cualidades y dones. La responsabilidad de llevarlos por ese camino es principalmente de los padres o de quienes estén a cargo de ellos, así como de las instituciones educativas y de la iglesia, en menor grado.

Un niño sabe reír de manera natural, ante situaciones simples, graciosas o placenteras. Un niño disfruta de pequeñas cosas como correr, jugar, cantar, ver a sus amigos, leer un cuento, comer un dulce, recibir un regalo, encontrar algo parecido a un juguete, columpiarse, bañarse en el mar, ver el sol, oler las flores, acariciar una mascota, etcétera.

Un niño aprende rápido, porque está ávido de todo lo que lo rodea y ansioso por saber. No cree que lo sabe todo ni se preocupa por su propio ego. Un niño no hace preguntas complicadas, sino que de manera natural quiere saberlo todo y, con inocencia, hace las preguntas más básicas de la existencia. Todo lo cree, y no necesita explicaciones complejas para quedar satisfecho.



Un niño, cuando es lastimado, perdona rápidamente. Y olvida. No pierde el tiempo en resentimiento, sino que deja de llorar fácilmente y vuelve a sus juegos en unas horas. Un niño se adapta fácilmente al cambio, por más extremo que éste sea; se adapta a las circunstancias con pocas quejas y tiene la capacidad de ser feliz en ellas.

Un niño ríe mucho más de lo que llora y disfruta más de lo que se queja. Un niño tiene una magia en la voz, un brillo en la mirada, y su apariencia se renueva cada día. Un niño busca de manera incansable, y se maravilla con cada descubrimiento. Quiere siempre experimentar y su curiosidad está tan viva como su energía. El niño se cansa sólo cuando su cuerpo físico se agota, pero su espíritu nunca. Se levanta muy temprano y busca la diversión, no se apaga fácilmente.

Los adultos solemos quejarnos, estar insatisfechos, tener amargura, guardar resentimiento, sonreír poco y estresarnos mucho, jugar poco y trabajar demasiado, sentirnos agotados, dejar de sorprendernos, abandonar los intentos y desanimarnos con facilidad ante las nuevas circunstancias.

Es por eso que Jesús afirmó que debemos volvernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Cambiar nuestro corazón a uno sencillo, dispuesto a amar, fácil para perdonar, ávido de aprender y no soberbio, propenso a disfrutar de todo lo que Dios ha creado, agradecido con lo que tiene, en pocas palabras: listo para ser feliz y buscar la felicidad de otros.

Aprendamos de ellos y no permitamos que pierdan su esencia por falta de atención, amor, educación o disciplina de parte de nosotros los adultos responsables de ellos.

GRACIAS, AMOR ETERNO!!!


¡Gracias, Amor eterno!
Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Hay momentos en los que el corazón sufre por tristezas profundas, por penas que parecen no tener fin. Pensamos entonces que Dios no nos escucha, que nos abandona, que nos “prueba”, que permite enfermedades lentas y dolorosas o dramas profundos en la propia vida o en la de tantas personas a las que queremos de veras.

Lloramos porque el egoísmo o la tibieza penetran y dominan nuestras vidas, porque el pecado parece triunfar sobre la gracia, porque sentimos más nuestra flaqueza que la ayuda divina. Como si Dios no escuchase nuestra oración sincera, como si no nos tomase de la mano para dejar el mundo del pecado que nos engulle poco a poco...

Pero al pensar así mostramos nuestra ceguera. Porque ya Dios, de mil modos, ha actuado, está actuando, y sigue siempre a nuestro lado.

Basta con mirar la cruz, con leer palabras de misericordia y de esperanza en el Evangelio de la gracia, con saber que la muerte fue vencida en la mañana de la Pascua, para que los hielos y las penas pierdan terreno, para que el corazón empiece a sentir un abrazo cálido y profundo del Dios que ama y vela sobre cada uno de sus hijos.

Necesitamos suplicar a Dios que nos dé ojos limpios, que nos conceda un alma agradecida. Porque es tanto el bien que nos acompaña, porque es tan intensa y fuerte la acción del Espíritu en nuestras vidas, porque tenemos tantos miles de señales que nos recuerdan la bondad divina... que nos será suficiente abrir el corazón para descubrir que estamos envueltos en un mundo maravilloso, bello, intensamente bueno.

Toda nuestra vida, entonces, se convertirá en un canto agradecido. Sentiremos la necesidad profunda de repetir, una y otra vez, lo que leemos en tantos pasajes de la Biblia:

“Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre, tus maravillas pregonando” (Sal 75,2).

“Yo, en cambio, cantaré tu fuerza, aclamaré tu amor a la mañana; pues tú has sido para mí una ciudadela, un refugio en el día de mi angustia” (Sal 59,17).

“Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío, y bendigo tu nombre por siempre jamás; todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre; grande es Yahveh y muy digno de alabanza, insondable su grandeza” (Sal 145,1-3).

“Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado” (Ap 11,17-18).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos invita a la gratitud, precisamente al hablar de la fe, pues ésta consiste en “vivir en acción de gracias: Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de El: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7). ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (Sal 116,12)”.

La vida espiritual cambia cuando entramos en la clave de la gratitud. Entonces el sol, la lluvia, la brisa, el colibrí, la rosa, la sonrisa del amigo, la prueba que nos ayuda a reconocer nuestra profunda fragilidad y a renovar nuestra esperanza en Dios... todo se convierte en un motivo para repetir, desde lo más profundo del corazón: ¡gracias, Señor, gracias, Padre, gracias, Amor eterno!

jueves, 15 de septiembre de 2016

LA SOLEDAD COMPAÑERA DE LA VIDA


La soledad compañera de la vida
La soledad está en nuestras vidas, pero hay que saber amarla. Nos llevará al encuentro con Dios que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




La soledad es un sentimiento que nos llena el alma de un silencio frío y oscuro si no la sabemos encauzar. Hay rostros surcados de arrugas, de piel marchita, de labios sin frescura, de ojos empequeñecidos, turbios y apagados que nos hablan por si solos de la soledad. Si sus voces nos llegaran nos dirían de su cansancio, de su miedo, pero sobre todo de su soledad....

Pero no hace falta que seamos ancianos para que en la vida nos acompañe la soledad.

La soledad del sacerdote, aún los más jóvenes, con sus votos de obediencia, pobreza y castidad, pero a veces es más dura la soledad de su propio corazón, que aunque ayudado por la Gracia de Dios no deja de ser humano. Tienen que consolar a los seres que llegan hasta ellos con sus penas, con sus problemas pero su corazón no puede aferrarse a ninguna criatura de la tierra y a veces se sienten solos, muy solos, tan solo acompañados de una gran soledad

La soledad en la adolescencia, duele profundamente por nueva, por incomprensible...Los padres se están divorciando, se quiere a los dos, se necesita a los dos, pero para ellos parece que no existe ese ser que no acaba de comprender y que está muy solo. Ellos tienen sus pleitos, su mal humor. La mamá siempre llorando, el papá alzando la voz... para él nada... tal vez sientan hasta que haya nacido. Si se divorcian será un problema ¿Qué será de él?¡Qué gran soledad, qué amarga soledad!

Las monjas misioneras, los misioneros, lejos de sus seres queridos y en tierras extrañas.

Y la soledad en algunos matrimonios, esa soledad que ahoga, que asfixia...que como dice el poeta: "es más grande la soledad de dos en compañía". El hombre de grandes negocios, empresario importante, magnate en la sociedad que parece que lo tiene todo pero que en el fondo vive una gran soledad.

La soledad de las grandes luminarias siempre rodeadas de personas y siempre solas... Las esposas de los pilotos, de los marinos, de los médicos, saben de una gran soledad y ellos a su vez, en medio del cumplimiento del deber, también están solos. La soledad de las personas que han perdido al compañero o compañera de su vida, ese quedarse como partido en dos porque falta la otra mitad, ese no saber cómo vivir esas horas, ahora tan vacías, tan tristes, tan solas...

Si no convertimos esa soledad en compañía para otros seres quizá, más solos aún que nosotros mismos, si no llenamos ese vacío y esas horas con el fuego de nuestro amor para los que nos rodean y nos necesitan, esa soledad acabará por aniquilarnos, ahogándonos en el pozo de las más profunda depresión.

En realidad todos los seres humanos estamos solos. La soledad está en nuestras vidas pero hay que saber amarla. Si le tenemos miedo, si no la amamos y no aprendemos a vivir con ella, ella nos destruirá. Si le sabemos dar su verdadero sentido, ella nos enriquecerá y será la compañera perfecta para nuestro espíritu. Con ella podremos entrar en nuestra alma, con ella podremos hablar con nuestros más íntimos sentimientos.

Ella nos ayudará, ella, la soledad bien amada y deseada a veces, nos llevará al encuentro de nuestra propia identidad y luego al mejor conocimiento de Dios, que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.

lunes, 12 de septiembre de 2016

EN UN JUICIO


En un juicio


Entre nosotros con frecuencia las faltas de sinceridad son celebradas como “viveza criolla”, feo vicio antisocial que ha vulnerado nuestra buena imagen en el exterior. Y lo peor es que perdura entre nosotros cuando aplaudimos al canchero, al piola, al madrugador, que son los “avivatos” y “ventajitas” de las historietas cómicas. Sólo la verdad nos hará libres.

—¿Cuántos años tiene usted, señorita? –pregunta en un juicio el presidente del tribunal a una solterona.
—Veinticinco recién cumplidos, señor.
—Bien, ahora que ya ha dicho su edad, ¿jura decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad?

Ser una persona que ama la verdad, aún si ésta va en contra de uno, te reviste de gran honor. Y el honor es mejor que los honores. Urge educar al niño a descubrir y gozar la alegría que da hablar y actuar con verdad, reconociendo que no debe avergonzarse de dar testimonio sincero de ella. Ojalá  padres y maestros asuman esta tarea básica.


* Enviado por el P. Natalio

miércoles, 31 de agosto de 2016

EL LADRILLAZO


El ladrillazo


Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su auto Jaguar 2016, sin ningún tipo de precaución.

De repente, sintió un estruendoso golpe en la puerta, se detuvo y al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, carrocería y vidrio de la puerta de su lujoso auto.

Se subió nuevamente, pero esta vez lleno de enojo, dio un brusco giro de 180 grados, y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo hermoso que lucía su exótico auto. Salió del auto de un brinco, y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el auto estacionado le grito a toda voz:

"¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto?".

Y enfurecido, casi largando humo, continuo gritándole al chiquillo
"Es un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro. ¿Por qué hiciste eso?"

"¡Por favor, señor, por favor!... ¡Lo siento mucho!... No sé qué hacer", suplicó el chiquillo. "Le lance el ladrillo porque nadie se detenía..."

Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia alrededor del auto estacionado.
"Es mi hermano", le dijo. "Se descarrilo su silla de ruedas, y se cayó al suelo... Y no puedo levantarlo".

Sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo:
"¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está golpeado, y pesa mucho para mi solito... Soy muy pequeño..."

Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó grueso el nudo que se le formó en su garganta. Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo, lo sentó nuevamente en su silla, y sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y lo sucio de sobre las heridas del hermano de aquel chiquillo tan especial. Luego de verificar que se encontraba bien, miró al chiquillo, y este le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie...

"DIOS lo bendiga, señor... y muchas gracias", le dijo.

El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita.

Cuentan que el ejecutivo aún no ha reparado la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo, para recordarle el no ir por la vida tan distraído y tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.

DIOS normalmente nos susurra en el alma y en el corazón, pero hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención.

Tu escoges: Escuchar el susurro... o el ladrillazo...

martes, 30 de agosto de 2016

DICHOSO EL HOMBRE QUE DA


Dichoso el hombre que da
A veces creemos que la felicidad está en el tener. Todo lo que poseemos termina, porque nada material puede llenar nuestro corazón.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




A veces creemos que la felicidad está en el tener. Queremos tener más cosas, más aventuras, más tiempo libre, más trabajo, más fiestas, más seguridades...

Pero nada nos llena plenamente. El coche comprado con tanto esfuerzo después de un año nos causa un sinfín de problemas. La casa nueva ya empieza a mostrar signos de cansancio. La fiesta iniciada entre bailes y cervezas termina con un fuerte dolor de cabeza.

Todo lo que poseemos termina, porque nada material puede llenar nuestro corazón. Incluso la salud o el trabajo: nada es eterno en este planeta de aventuras y de cambios.

Hay, sin embargo, otros momentos en los que dejamos, damos y nos damos. Son momentos en los que no perdemos: ganamos. Porque hemos sido buenos, porque hemos dejado a nuestro corazón vibrar de amor, porque hemos vencido egoísmos para consolar al triste, al pobre, al enfermo, al desesperado.

El camino hacia la plenitud, hacia la felicidad perfecta, inicia cuando dejamos de lado el deseo de poseer para dedicarnos a dar. Lo explicaba con palabras llenas de afecto el Papa Benedicto XVI en un discurso pronunciado el 2 de noviembre de 2005:

“En este día en que conmemoramos a los difuntos, como decía al inicio de nuestro encuentro, estamos llamados todos a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión de cómo vivir bien, de cómo encontrar la felicidad. Ante esto, el Salmo responde: dichoso el hombre que da; dicho el hombre que no utiliza su vida para sí mismo, sino que la entrega; dichoso el hombre que es misericordioso, bueno y justo; dichoso el hombre que vive en el amor de Dios y del prójimo. De este modo, vivimos bien y no tenemos que tener miedo de la muerte, pues vivimos en la felicidad que viene de Dios y que no tiene fin”.

“Dichoso el hombre que da”. Vivir para dar es el mejor, el único camino que nos lleva a la felicidad. Porque nos hace vivir como Dios que es amor, que se da a Sí mismo, que es feliz cuando puede caminar, como Jesús amigo, como Espíritu Santo Consolador, al lado de cada uno de sus hijos...

lunes, 29 de agosto de 2016

UN PROPÓSITO FIRME PARA VIVIR EL EVANGELIO


Un propósito firme para vivir el Evangelio
Pidamos en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para vivir, en serio, el Evangelio.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Si reconocemos que el mundo es efímero y que no hay nada seguro en el reino de los átomos y la energía.

Si aceptamos que el cuerpo sufre un continuo desgaste y que no es posible mantener indefinidamente un buen nivel de salud y de habilidades psíquicas.

Si percibimos que los deseos a veces fluctúan en la propia alma, que pueden orientarnos hacia lo bueno y noble sólo si los guiamos con propósitos firmes y con ideas claras, o pueden llevarnos al pecado y la injusticia si seguimos nuestras pasiones más mezquinas.

Si nos toca sufrir el drama de perder la propia fama, o el trabajo, o la amistad, o los afectos de la familia.

Si abrimos los ojos al engaño de la avaricia y descubrimos que el dinero puede destruirnos con su fragilidad absurda.

Si salimos del sueño de placeres vanos, de imágenes brillantes y vacías, de músicas que embotan el corazón, de sustancias que provocan alucinaciones y que destruyen la nobleza del alma.

Si rompemos con ese egoísmo que lo centra todo en la búsqueda del propio bienestar y en la autoestima miserable, para descubrir que vale la pena dar la vida por quienes viven a nuestro lado.

Si dejamos que la inteligencia vuele alto, reconozca la belleza y la bondad de Dios, confiese que Cristo es el Hijo del Padre, y se lance a nadar en el mundo de las verdades eternas.

Si fortificamos la voluntad para que tome decisiones serias, orientadas hacia bienes verdaderos y hacia el amor sincero, capaces de ayudar a amigos y enemigos, con la energía necesaria para apartar los ojos y el corazón de los caprichos egoístas.

Si suplicamos, en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para vivir, en serio, el Evangelio.

Si usamos nuestras palabras y nuestro tiempo para anunciar desde las terrazas, como católicos, la gran noticia de la Muerte y de la Victoria de Jesucristo el Nazareno.

Entonces significa que hemos puesto la mano en el arado para no mirar nunca atrás: seremos verdaderos discípulos del Maestro, abriremos horizontes de esperanza para el corazón de tantas personas que serán tocadas por Dios gracias a la luz que brilla en nuestra vida nueva.
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