Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES SOBRE LA ORACION. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES SOBRE LA ORACION. Mostrar todas las entradas

lunes, 9 de marzo de 2015

¿CÓM PUEDO ESCUCHAR QUE DIOS ME HABLA EN LA ORACIÓN?


¿Cómo puedo escuchar que Dios me habla en la oración? 
Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía


Por: P. John Bartunek, L.C. | Fuente: www.la-oracion.com




La frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Para los cristianos, entonces, la oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Yonkers, Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo que más importa».

Parámetros de la fe
Cuando oramos, Dios nos habla. Antes que nada, necesitamos recordar que nuestra relación con Dios se basa en la fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe, por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y del vino. Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro de este ámbito de la fe.

Cuando me dirijo a Dios en la oración vocal, sé que me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le pregunto cosas, lo adoro, le doy gracias, le pido perdón...en todas estas expresiones de oración, por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis sentimientos) sé que Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si tratamos de entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no vamos a llegar a ninguna parte.

Teniendo esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla en la oración.

El don del consuelo.
En primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través de él, toca el alma y le permite ser consolada y fortalecida con la sensación de percibir su amor, su presencia, su bondad, su poder y su belleza.

Este consuelo puede fluir directamente del significado de las palabras de una oración vocal. Por ejemplo, cuando rezo la famosa oración del beato Cardenal Newman «Guíame, luz amable», Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza, simplemente porque el significado de las palabras, nutren y revitalizan mi conciencia del poder y la bondad de Dios.

El consuelo también puede fluir desde la reflexión y la meditación en la que nos involucramos cuando hacemos oración mental. Al leer y reflexionar lentamente, la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta con la imagen del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a mí mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa imagen y esas ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de Dios en la medida que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, dentro de una atmósfera de fe.

O, en otra ocasión, puedo meditar el mismo pasaje bíblico y ser trasladado a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la rebelión ingrata del hijo pródigo, veo una imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento repulsión por esto. Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor por mis pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va guiando mi ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.

En cualquiera de estos casos, mi alma vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es verdad que Dios le habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios y mis propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de las palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.

Nutriendo los dones del Espíritu Santo.
En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración incrementando los dones del Espíritu Santo en nuestra alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras facultades espirituales haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la voluntad de Dios en nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los dones mejoran nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro prójimo. Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma, nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del Espíritu Santo.

Dado que estos dones son espirituales y no materiales, y que la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos leyendo y reflexionando sobre la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o sentimientos consoladores; mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo dentro de mí los dones del Espíritu Santo.

Cuando tomo vitaminas (o me alimento con brócoli) no siento que mis músculos estén creciendo, pero sé que esas vitaminas están permitiendo el crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando no experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las vitaminas espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro en contacto con Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al nutrirnos espiritualmente, no siempre envía consuelos sensibles. Es por esto que el crecimiento espiritual depende de manera tan significativa de nuestra perseverancia en la oración, independientemente de si sentimos o no los consuelos.

Inspiraciones directas.
En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestra alma a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente como venidas de Él. Personalmente, tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me vino a la mente. Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que debería ser sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente, completamente formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a duda, que la idea había venido directamente de Dios y que Él me hablaba dándome una inspiración.

La mayoría de nosotros, aunque sean pocas veces, hemos tenido algunas experiencias como ésta, cuando sabíamos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aun cuando sólo escucháramos las palabras en nuestro corazón y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo desea, Dios nos hable directamente más seguido.

Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá .» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo, tenemos siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo con lo que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan poderosa: «Caminamos en la fe, no en la visión...» (2 Corintios 5,7).

jueves, 29 de enero de 2015

EL PADRE QUE NO REZA


El padre que no reza
Siempre debo ver quién escucha. Los niños no pierden nada…
 Fuente: www.accionfamilia.org




El pequeño Paul, que tiene sólo cuatro años y medio, está arrodillado al lado de su cama diciendo sus oraciones de la noche; parece que toma mucho tiempo.

“¿No has terminado tus oraciones?”, le pregunta su sirvienta.

“Sí”, responde el niño, un poco avergonzado.

“Bien, entonces, ¿qué están haciendo ahora?”. El niño enrojece y murmura tímidamente, “yo rezo cada noche dos veces, por mí y por mi papá. Le escuché que objetó a mi mamá cuando ella le pidió que hiciera sus oraciones; así que ahora estoy haciéndolas por él”.

¿Precoz, diría usted? Quizá. ¿Pero no nos sorprenden a menudo los niños con sus percepciones? ¡Qué necios son los padres que creen que pueden descuidar la lógica con sus hijos! ¡Qué poco saben los padres sobre el funcionamiento de esas jóvenes mentes y corazones! ¡Qué poco saben los padres sobre cómo pueden utilizar lo que escuchan esos pequeños! Lady Baker, una conversa, escribe en “La Casa de la Luz” que cuando tenía 11 años de edad, ella escuchó una conversación entre su padre y su madre sobre religión. El padre estaba diciendo, “escuché un buen sermón hoy; señalaba cómo la Reforma fue un gran error y que Inglaterra hubiera sido mucho mejor sin ella”…

“Ten cuidado”, interrumpió su esposa en un tono escandalizado, “ten cuidado con los niños”.

“Fui mandada a estudiar”, continúa la Señora Baker “y no escuché más de la conversación; pero comencé a pensar sobre estas palabras extrañas”.

Esa misma noche, cuando fui a dar un paseo con la sirvienta, ella me invitó a visitar una Iglesia Católica. Desde esa fecha, dice, nació en ella un deseo de estudiar los inicios de la pretendida Reforma y de cambiar su religión si más tarde este estudio demostraba que lo que su padre había dicho era verdadero.

Puede ser que los padres no hayan perdido el hábito de la oración, por la gracia de Dios, pero podría ser que no hagan que sus hijos los vean rezando a menudo. Orar y dejar que los hijos vean que uno reza, son dos cosas diferentes. No basta con rezar individualmente. Su deber como cabeza de familia es orar en nombre de la familia, a la vista de la familia y con la familia. Los niños deben saber que su padre honra a Dios. Deben ver que él mismo se comporta respetuosamente ante El. Deben aprender de su ejemplo el gran deber de la adoración y del culto.

La oración, al menos por la noche, debe decirse en común. En muchas familias donde todos se reúnen al final del día para honrar a Dios, es la madre quien dirige la oración hasta que llegue el momento en que cada niño sea capaz de tomar su turno. Sería mucho mejor que el padre tomara la iniciativa. Es la función que le cabe, una función que es de un carácter casi sacerdotal.

Siempre debo ver quién escucha. Los niños no pierden nada…
Adaptado de “Cristo en el hogar”, del Padre Raoul Plus, S.J., (Colorado Springs, CO: Gardner Brothers, 1951), 241–243.


lunes, 8 de diciembre de 2014

PARA ORAR, CUANDO TE SIENTES SOLO - CITAS BÍBLICAS Y ORACIONES



Cuando te sientes solo

Para orar. Jesús siempre será en nuestra vida en mejor de los amigos 

Por: Centro de Hospitalidad y Misericordia | Fuente: Centro de Hospitalidad y Misericordia



Padre, en tus manos pongo mi espíritu
Lucas 23, 46



PALABRA DE DIOS


Jesús siempre será en nuestra vida en mejor de los amigos


  • Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
    Juan 13,1
     
  • “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”
    Juan 15, 13


    Jesús da consuelo al triste
     
  • Jesús comprende nuestra soledad. El mismo la ha vivido, pues cuando más triste se encontraba, fue abandonado por todos sus discípulos; y sin embargo, nos ha dejado un remedio poderoso:
    “Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”.
    Mateo 26,41


    Dios, refugio y fortaleza de los
    que esperan en él

     
  • “Porque así dice el Señor: seréis alimentados, en brazos seréis llevados, sobre las rodillas seréis acariciados.
    Como aquel a quien su madre consuela, así yo os consolaré”. Isaías 66, 12-13
     
  • “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido.
    Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente.”
    Isaías 49, 15-16
     
  • “«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.”
    Juan 14, 1-3
     
  • “Al que venga a mi no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.”
    Juan 6, 37-39


    Jesús cuida de nosotros
     
  • “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas.
    Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.”
    Juan 10, 11-15


    Jesús nos quiere con Él
     
  • Jesús dijo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.”
    Juan 14, 23


    Jesús oro al Padre por nosotros
     
  • “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo este estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo.” Juan 17, 24
     
  • “Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.”
    Juan 17, 22-23
     
  • “Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»”
    Juan 17, 26


    Como cristianos, ¡Pertenecemos a una comunidad!
     
  • “Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo?» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído, ¿dónde quedaría el olfato?”
    1ª. Corintios 12, 14-17 
     
  • “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él”.”
    1ª. Corintios 12, 26
     
  • “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
    Gálatas 3, 27-28


    Jesús con nosotros
     
  • Jesús se acerco a sus discípulos antes de subir al cielo y les dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”
    Mateo 28,20
     
  • “Quién come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Juan 6, 56


    ORACION

    Estáte, Señor conmigo


    Estáte, Señor conmigo
    siempre, sin jamás partirte, y cuando decidas irte, llévame contigo;
    porque el pensar que te irás
    me causa un terrible miedo
    de si yo sin ti me quedo,
    de si tú sin mí te vas.
    Llévame en tu compañía
    donde tu vayas, Jesús,
    porque bien sé que eres tú
    la vida del alma mía;
    si tu vida no me das
    yo sé que vivir no puedo,
    ni si yo sin ti me quedo,
    ni si tú sin mí te vas.
    Por eso, más que a la muerte
    temo, Señor, tu partida,
    y quiero perder la vida
    mil veces más que perderte;
    pues la inmortal que tú das,
    sé que alcanzarla no puedo,
    cuando yo sin ti me quedo,
    cuando tú sin mi te vas.
    Himno de la Liturgia de las Horas


    REFLEXION

    “Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están ‘fatigados y agobiados’.”
    Catecismo de la Iglesia Católica, 1658.

    “Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: ”El que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 10, 37).”
    Catecismo de la Iglesia Católica, 2233.


    TESTIMONIO DE LOS SANTOS
     
  • La solicitud fraterna de los santos ayuda mucho a nuestra debilidad, pues por el hecho de estar más íntimamente unidos con Cristo no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra.
    Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 956.
     
  • “No lloréis os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida”.
    Santo Domingo de Guzmán
     
  • “Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”.
    Santa Teresita del niño Jesús 

miércoles, 2 de julio de 2014

LA ORACIÓN: EL AMOR ES EL QUE HABLA



Autor: P. Pedro Barrajón, L.C. | Fuente: la-oracion.com
La oración: el amor es el que habla
Orar es dejar que hable el amor.¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable!



Esta frase del libro de la vida de Santa Teresa nos ayuda a comprender lo que es la oración. Ella encuentra en Toledo a un Padre dominico conocido que no ve desde hace mucho tiempo. Le cuenta bajo secreto de confesión todo lo que le pasa a su alma y las penas sufridas por la reforma del Carmelo. 

El religioso la escucha, la consuela y le pide que no deje de pedir por él. Teresa, agradecida, confía al Señor el alma de este sacerdote. Ella va al lugar a donde solía orar y allí se queda "muy recogida, con un estilo "abovado" que muchas veces, sin saber lo que digo, trato". Y añade: "que es el amor que habla" (Libro de la Vida, 34, 8). 

Orar es dejar que hable el amor. ¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable! Sino que preferimos que hable sólo nuestra razón o nuestra mera capacidad humana de entender las cosas. Muchas veces reprimimos el amor como si fuera muestra de debilidad como si también en la oración tuviéramos que demostrar los fuertes e inteligentes que somos. Sin embargo la oración, sin dejar impedirnos usar nuestro entendimiento, es el momento explayar el corazón, y de dejar que el Amor divino nos inunde y nos queme con sus rayos. En una sociedad más racionalista y secularizada, nos da vergüenza de liberar la parte más noble de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar y ser amados. Y vivimos como mutilados, no respirando a pleno pulmón, caminando sólo al ritmo que nos permite nuestras convenciones humanas o nuestro miedo de amar demasiado. 

Orar, "es el amor que habla". Santa Teresa cuenta que, dejando al religioso, comenzó a hablar con Dios con toda sencillez, como ella solía hacer, dejando que el amor hablase. No sólo el amor que su alma nutría hacia Dios, sino también "comprendiendo el amor que Dios le tiene a ella". La oración usa un lenguaje de amor. Y el lenguaje de amor es especial, es único, tiene su lógica, su gramática y su sintaxis. Lo entienden los que aman. Basta un gesto, una mirada, un movimiento, una sonrisa. Dejemos que el amor hable en nosotros. Dejemos que el Amor nos hable. Dejémonos conducir por el Espíritu Santo que es la persona de la Trinidad que es el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. 

Cuando aprendamos el lenguaje del amor que nos enseña el Espíritu Santo, lenguaje hecho de sencillez y espontaneidad, que cualquiera que tenga un corazón puede aprender, entonces comprenderemos que la oración no es sino un ejercicio de amor, es una expresión de amor, es un grito de amor, es una súplica de amor. 

La mística Teresa continua diciendo que el Amor que Dios tiene al alma hace que ésta se olvide de sí y "le parece está en Él". Nada la separa de Él. La sencillez del amor logra el mejor estado de unión. Entonces el alma orante "habla desatinos". Comienza a usar el lenguaje más elevado y puro, el lenguaje del amor, porque, como diría San Juan de la Cruz, "ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico Espiritual, 95). 

lunes, 24 de febrero de 2014

¿CÓMO ORAR CUANDO SIENTES MIEDO?


Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
¿Cómo orar cuando sientes miedo?
Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él.


Todos queremos seguridad y buscamos seguridades. Nos da miedo cuando no hay seguridad, cuando perdemos nuestras seguridades o cuando se ven amenazadas o reducidas. 

Te da seguridad un buen empleo, la aceptación de los demás, las cosas que posees, los amigos que te respaldan, un entorno conocido, tus habilidades, tu formación profesional, tus títulos, el dinero, recibir reconocimientos y dignidades, ser consultado, recibir atenciones, tu hogar, una buena salud, etc. 

Cuando se ponen en riesgo nuestras seguridades nos entra miedo. Se derrumban o disminuyen nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos. Cuando esto sucede nos encontramos en la posición del pobre, del que nunca ha tenido nada o del que lo ha perdido todo y depende totalmente de la gratuidad del amor de Dios. 

Es humano tener miedo. No nos extraña que hasta los Papas sientan miedo cuando son elegidos. Tengo a la mano una oración del Cardenal Eduardo Pironio, argentino, en que se presenta ante Dios con mucho miedo. Tuve la gracia de tratar mucho con él y hablaba con frecuencia de la confianza, de la virtud de la esperanza; tal vez por el miedo que sentía. Extraigo partes de una de sus oraciones: 

Señor, 
Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre, con corazón quebrantado pero enteramente fiel. 

Sufro, Señor, porque tengo miedo, 
mucho miedo, más que nunca. 
Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué: 
porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres. 
Y yo lo acepto. 
Pero también escucho tu voz de amigo: 
"No tengas miedo, no se turbe tu corazón. 
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final." 
Repítemelo siempre Señor, 
y en los momentos más difíciles, 
suscita a mi alrededor almas muy simples 
que me lo digan en tu nombre. 

Tengo miedo, Señor, mucho miedo. 
Miedo de no comprender a mis hermanos 
y decirles las palabras que necesitan. 
Miedo de no saber dialogar, 
de no saber elegir bien a mis colaboradores, 
de no saber organizar la diócesis, 
de no saber planear, 
de dejarme presionar por un grupo o por el otro, 
de no ser suficientemente firme 
como corresponde a un Buen Pastor, 
de no saber corregir a tiempo, 
de no saber sufrir en silencio, 
de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano, 
y entonces, estoy seguro de que me irá mal. 
Por eso, Señor, te pido que me ayudes. 

Me hace bien sentirme pobre, 
muy pobre, muy inútil y pecador. 
Ahora siento profundamente mis pecados. 
He pecado mucho en mi vida 
y tú me sigues buscando y amando. 
Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo. 
No lo tendría si fuera más humilde. 
Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso. 
Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto. 
Pero no pienso que Tú también fracasaste, 
que no todos aceptaron tu enseñanza. 
Hubo muchos que te dejaron porque "les resultaba dura" y absurda tu doctrina. 

Nunca te fue bien, Señor: 
te criticaron siempre y quisieron despeñarte. 
Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía. 
Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro; 
te abandonaron todos tus discípulos 
¿y no sufrías entonces? 
Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor? 
Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo. 

El Cardenal Pironio sabía ver en el sufrimiento la mano providente de Dios Padre. En su testamento espiritual escribe: Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho. 

Lo que más aprendo de esta oración es la humildad y la confianza con que se dirige a Dios. Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él. El padre es protector y proveedor. Si el hijo expone a su padre su debilidad, su miseria, sus faltas, su condición vulnerable, y se dirige a él pidiendo ayuda con absoluta confianza, un buen padre siempre responde. 

Cuando sentimos miedo al perder nuestras seguridades o al no tener seguridad alguna, podemos tener la certeza de que si lo aceptamos con humildad y acudimos con confianza a Dios Padre, el amor de Dios vendrá en nuestro auxilio. La confianza filial lo obtiene todo de Dios. 

Cuando sentimos miedo también podemos orar con la ayuda del Salmo 23: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan y del Salmo 30 En ti, Señor, me cobijo, nunca quede defraudado. Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar. 

Cuando sentimos miedo, la roca firme del amor misericordioso de Dios es nuestra seguridad. 

martes, 11 de febrero de 2014

¿CUÁL ES LA ORACIÓN MÁS PERFECTA?

Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com
¿Cuál es la oración más perfecta?
Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna.
 
¿Cuál es la oración más perfecta?
Cuando una amiga te dice que le han dado el anillo de compromiso o que está embarazada, brota espontáneo un abrazo; te alegras con ella y celebran juntos. Lo mismo cuando tu equipo mete gol, decía el Papa, comentando cómo David danzaba con todas las fuerzas ante el Señor. Y nos invitaba a hacer más oración de alabanza, superando la frialdad del formalismo en nuestra relación con Dios.

El Papa Francisco destaca que la oración de alabanza se caracteriza por la espontaneidad. A David, la oración de alabanza "lo llevó a dejar toda compostura", como a Sara que después de haber dado a luz a Isaac dice: "¡El Señor me ha hecho bailar de alegría!" Imaginemos a una anciana bailando de alegría para celebrar al Señor por el gran favor que le hizo.

Cuando recibimos un regalo, damos gracias. Cuando tenemos una necesidad, pedimos. Ante un deber, cumplimos. La alabanza, en cambio, es gratuita. Alabamos a Dios con total desinterés, simplemente porque se lo merece, por ser lo que es; no porque lo necesitamos ni porque hemos recibido favores, ni por obligación. Por eso, la alabanza es la oración más perfecta. Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna. La alabanza no necesita más motivos ni justificaciones: reconocemos la belleza de Dios y lo celebramos.

"La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8,6). Catecismo de la Iglesia Católica 2639.

La alabanza brota de lo más profundo del corazón, está llena de afectos, de calidez, de alegría y es por tanto una oración fecunda. Es una forma de oración que nos ayuda a dirigirnos a Dios con espontaneidad, dejando que los afectos broten con toda naturalidad, sin formalismos ni esquemas hechos, con absoluta libertad.

El último Salmo, el 150, nos enseña que al entrar al Tempo podemos alabar a Dios por sus obras magníficas, al ver el firmamento alabarlo por su inmensa grandeza. Y nos enseña a hacerlo de manera festiva, con instrumentos musicales, , con cantos y con bailes. Exhorta a todo ser que respira a alabar a su Creador.

¡Aleluya!
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su augusto firmamento,
alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con danzas y tambores,
alabadlo con laúdes y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser vivo alabe al Señor
¡Aleluya!


Se parece mucho al Salmo 97:

Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad:
tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor.
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.


Todo puede ser ocasión para alabar a Dios, la vida humana como tal, vivida en plenitud, puede ser una oración de alabanza: San Ireneo de Lyón nos dice que «la gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre está en dar gloria a Dios».

Esto parece expresar el Salmo 8, otro extraordinario canto de alabanza:

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos, para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?


Por ello, no se trata de alabar a Dios sólo en tiempos reservados para la oración, sino en todo lo que hagamos y en toda circunstancia:


Al levantarte: ¡Alabado sea Dios!
Al ver el amanecer y el rocío en la ventana: ¡Bendito sea Dios!
Al escuchar el canto de los pájaros: ¡Alabado sea Dios!
Al percibir el aroma del café: ¡Bendito sea Dios!
Mientras vas de camino, alaba a Dios con cantos.
Al comenzar las labores, bendícelo
Al recibir buenas y malas noticias, di como Job: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor." (Job 1,21)
Cuando experimentes el amor humano y también cuando te ofenden: ¡Alabado sea Dios!

La gratuidad es otra de las características fundamentales de la oración de alabanza. Es como un abrazo: te lo doy porque te estimo, te lo regalo por el gusto de verte y de estar juntos; no pretendo pedir nada ni recibir nada, simplemente quiero darte un abrazo. Así ha sido Dios con nosotros: nos ha amado sin límites desde la creación del mundo sin más motivos que el amor, por pura benevolencia. Y así hemos de ser también nosotros con Él.

Al hablar del amor, San Bernardo nos explica de manera magistral lo que ha de ser la oración de alabanza: "El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar."

A la luz de todo lo dicho, vemos que la oración debe tener tres cualidades de las que no se oye hablar mucho: espontaneidad, libertad y gratuidad. Y estas tres cualidades son características de la oración de alabanza. 

jueves, 6 de febrero de 2014

EL PODER DE LA ORACIÓN


El poder de la oración

Gabriela Louise Redden, una mujer pobremente vestida y con una expresión de derrota en el rostro, entró en una tienda de abarrotes. Se acercó al dueño de la tienda, y de una forma muy humilde le preguntó si podía fiarle algunas cosas.
Hablando suavemente, explicó que su marido estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían 7 hijos, y que necesitaban comida. John Longhouse, el abarrotero, se mofó de ella y le pidió que saliera de la tienda. Visualizando las necesidades de su familia, la mujer le dijo: "Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto como pueda." John le dijo que no podía darle crédito, ya que no tenía cuenta con la tienda.

Junto al mostrador había un cliente que oyó la conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al abarrotero que él respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El abarrotero, no muy contento con lo que pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si tenía una lista. Louise respondió: "¡Sí señor!". "Está bien," le dijo el tendero, "ponga su lista en la balanza, y lo que pese la lista, eso le daré en mercancía."
Louise pensó un momento con la cabeza baja, y después sacó una hoja de papel de su bolso y escribió algo en ella. Después puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza, todo esto con la cabeza baja. Los ojos del tendero se abrieron de asombro, al igual que los del cliente, cuando el plato de la balanza bajó hasta el mostrador y se mantuvo abajo. El tendero, mirando fijamente la balanza, se volvió hacia el cliente y le dijo: "¡No puedo creerlo!". 

El cliente sonrió mientras el abarrotero empezó a poner la mercancía en el otro plato de la balanza. La balanza no se movía, así que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más. El tendero vio lo que había puesto, completamente disgustado. Finalmente, quitó la lista del plato y la vio con mayor asombro.

No era una lista de mercancía. Era una oración que decía: "Señor mío, tú sabes mis necesidades, y las pongo en tus manos".
El tendero le dio las cosas que se habían juntado y se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en silencio. Louise le dio las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio a John un billete de 50 dólares y le dijo: "Realmente valió cada centavo" Fue un tiempo después que John Longhouse descubrió que la balanza estaba rota.

En consecuencia, solo Dios sabe cuanto pesa una oración.

jueves, 16 de enero de 2014

DIEZ REGLAS PARA ORAR CON SENCILLEZ



Diez reglas para orar con sencillez


1.- Tómate cada día dos minutos de tiempo para estar a solas y en paz. Relaja tu cuerpo, tu cabeza y tu corazón.
2.- Habla con Dios con sencillez y naturalidad, cuéntale todo lo que te preocupa. No hace falta que uses formulas extrañas. Háblale en tus propias palabras. él las entiende bien.

3.- Entra en diálogo con Dios cuando estás en tu trabajo diario. Cierra tus ojos un par de segundos donde estés, en el negocio, en el autobús, en tu mesa de trabajo.

4.- Convéncete de esta verdad: que Dios está contigo y te quiere ayudar. No es que tú estés siempre acosando a Dios para que te dé su bendición: es al revés, es Él el que quiere bendecirte.

5.- Ora con la seguridad de que tu oración es inmediatamente eficaz, más allá de las tierras y los mares, y protege a tus personas queridas allí donde estén, y haz que también a ellas las alcance el amor de Dios.

6.- Cuando ores has de tener ideas positivas, no negativas.

7.- Siempre tienes que constatar, cuando te pones a orar, que estés dispuesto a aceptar la voluntad de Dios, cualquiera que sea.

8.- Cuando ores, déjalo todo en manos de Dios. Pide que te dé fuerzas para hacer todo lo que te sea posible, y lo demás, déjalo a Él.

9.- Di una palabra de intersección por aquellos que no te quieren bien o que te han tratado mal. Eso te dará fuerzas de un modo extraordinario.

10.-Cada día tendrías que decir una oración por tu país, por la paz.

El consejo más sencillo es éste: habla con Dios como si estuviera sentado contigo en una silla, como si acabara de entrar en la habitación y dijera: ¿ Qué quieres que haga por ti?

viernes, 28 de junio de 2013

AFICIONARSE A ORAR


Aficionarse a orar
Autor:  Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
  
       Santa Teresa  comienza el libro de su Autobiografía con un grato reconocimiento al testimonio de sus padres.”El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastará ,si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.

Era mi padre aficionado a leer buenos libros. Con el cuidado que mi madre tenia de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad – a mi parecer- de seis a siete años.

Ayudábame no ver  en mis  padres  favor sino para la virtud. Tenían muchas”. 

"La familia -decía el Decreto sobre el Apostolado de los Seglares, n. 11- ha recibido directamente de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad. Cumplirá esta misión si, por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios, se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia ... si la familia practica el ejercicio de la hospitalidad y promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los humanos que padecen necesidad"

            Santa Teresa tuvo la suerte de tener unos padres virtuosos que, además de preocuparse de que sus hijos crecieran en la fe, eran testimonio de vida. De ellos heredó nuestra Santa el amar a Dios sobre todas las cosas y a sentirse amada por Él.

            Los padres deben hablar de Dios y hacer que sus hijos crezan en este respeto y amor al Padre de todos. A los pequeños se les enseña a comer, a caminar, a hablar, ¿ por qué no se les puede enseñar y "hacer rezar" y poner cuidado en que sean devotos de la Virgen y los santos? Lo que se aprende en los primeros años, sirve para toda la vida.

            El chaval tiene que orar en común con sus padres en toda ocasión : en las alegrías, tristezas, cumpleaños, aniversarios, al dormir, al levantarse de la cama, al bendecir la mesa, en las reuniones familiares. Con los padres visitará a Jesús en el Sagrario,  conversará  con El como amiguito,  participará en la Eucaristía.

            Conviene, además, que los esposos tengan tiempo para la reflexión conjunta, para orar como pareja, sobre todo, cuando el amor se debilita y el diálogo flaquea. En esos momentos de dificultad, habrá que repetir con frecuencia la vieja plegaria del Evangelio: "Señor : nos estamos quedando sin vino".

            "Oh Dios de quien procede toda la paternidad en el cielo y en la tierra...haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los esposos hacia el bien de las familias y de todas    las familias del mundo. Haz que las  nuevas generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor. Haz que el amor corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, por las que pasan las familias" (Juan Pablo II)

lunes, 24 de junio de 2013

NO TENGO GANAS DE ORAR


NO TENGO GANAS DE ORAR


Frecuentemente, querido amigo, no tengo ganas de orar. Si he de ser sincero, debo confesar que estas veces son más numerosas que las otras. Me ha ocurrido también el sentirme extraño, nervioso, disipado, fastidiado hasta de encontrarme con las personas, en cumplir un favor prometido, y por si fuera poco, encontrar un amigo que me va y me cuenta las consecuencias de su úlcera... ¿Orar? No quiero ni pensarlo. ¿Quién tiene ganas de orar? 

Después de vagabundear un poco, he entrado en una iglesia sin demasiada convicción, con el propósito de salir cuanto antes de allí; no tenía ganas de orar.

He realizado un esfuerzo inmenso para permanecer arrodillado en el banco durante cinco minutos; experimentaba un malestar indecible.

Al fin, para despedirme, en un clima de sinceridad, dije con toda franqueza: "Señor, no tengo ganas de orar, es inútil insistir, excúsame, me voy... dejémoslo para una ocasión más propicia..."

Lo repetí una vez más y luego otra y otra, al final perdí la cuenta... pues bien, salí de la iglesia al cabo de una hora. Estaba distensionado, sereno, contento como en raras ocasiones. Reconciliado conmigo mismo y con todos los inoportunos de este mundo.

Por eso te digo, querido amigo: si esperas para orar hasta que tengas ganas, estás perdido. Debes tener el coraje para orar incluso cuando no tengas ganas. Sobre todo en ese momento, "todo es gracia"... introdúcete por el corredor oscuro de la desgana, sigue adelante aunque tengas la impresión de que no llegarás nunca a la luz. Sigue adelante aunque te sientas frío, árido, seco y vacío. A fuerza de insistir, el túnel oscuro desembocará en un espectáculo de luz resplandeciente.

Di al Señor, cuando te encuentres delante de Él, todo lo que sientas, todo lo que lleves dentro, lo que te preocupa y lo que te alegra. Y si estás fastidiado, díselo también, que Él comprende todo, entiende mejor que tú el estado de ánimo que llevas. Más todavía, Él te dará lo que necesitas para comunicarte mejor, Él te enviara su Espíritu sin el cual no podemos decir "¡Padre!". Déjate amar por Él. Quédate un momento en silencio. No te desconcierte ni desaliente que a veces el Señor parece también guardar silencio.

Es preciso creer que Dios está presente en las largas noches, en los días negros, para tomarte de la mano y guiar tus pasos por sus sendas. Cuando digas "no tengo ganas de orar" es precisamente el momento oportuno... es cuando Dios actúa, por lo que es preciso, es urgente, que no esperes más; es el "tiempo favorable" para iniciar un encuentro con quien siempre te espera, con el Padre que continuamente piensa en ti y se hace el encontradizo para demostrarte su amor.

¿No has visto nunca en la montaña ciertas flores que nacen en las oscuras hendiduras de las rocas? 
La oración más espontánea puede despuntar después de una larga preparación de aridez, después de momentos de desolación.

En cada uno de nosotros hay un niño que lloriquea: "no tengo ganas..." Pero hay, asímismo, un adulto que suplica: "No te preocupes. Ora como si las tuvieras". 

¡Cuando las ganas decrecen, es el momento en el que debes tener el coraje de orar! 

miércoles, 12 de junio de 2013

LA ORACIÓN DEL "NO SÉ" UN MODO SENCILLO DE ORAR


Autor: P. Guillermo Serra, L.C | Fuente: la-oracion.com
La oración del "NO SÉ" un modo sencillo de rezar
Puedes ponerte en presencia de Dios y presentar tus no sé a Cristo, escuchando cómo Él te va respondiendo.
La oración del

La oración es fácil y difícil a la vez. Es fácil porque es Dios el que toma la iniciativa y a nosotros nos toca responder. Es difícil porque nos gustaría "saber" muchas cosas en esta relación con Dios, pero con humildad tenemos que reconocer que no sabemos. Pero es precisamente en este "no saber" donde encontramos una gran riqueza si dejamos que Jesús nos hable...

Les presento una oración sencilla para poder rezar con humildad aprovechando nuestras debilidades.

1. Mi alma le dice a Jesús: no sé, y Jesús le contesta a mi alma...

Mi alma: no sé qué decir...

Jesús: es que no tienes que decir nada, tan sólo escucha.

Mi alma: no sé cómo comenzar...

Jesús: es que no hay que comenzar lo que inició desde toda la eternidad. Yo te amé con amor eterno.

Mi alma: no sé cómo entrar en presencia de Dios...

Jesús: me tienes dentro, busca bien, eres templo de Dios, haz silencio

Mi alma: no sé qué hacer en la oración...

Jesús: no tienes que hacer nada, sino dejarte mirar por mí, escucharme, lo demás, llega sólo.

Mi alma: no sé cómo escuchar...

Jesús: mi Palabra es eterna, inclínate hacia tu corazón, escúchalo, ahí está grabada


2. La oración del no sé en algunos personajes del Nuevo Testamento

Magdalena: no sé perdonarme...

Jesús: no tienes que perdonarte, Yo te perdono y te levanto con dignidad, porque eres hija de un Rey.

Tomás: no sé cuál es el camino...

Jesús: ¿no ves el camino? Soy Yo, tócame, si te sujetas de mí y caminas a mi lado ya estás en el Camino y llegarás a la Verdad y la Vida.

Felipe: no sé quién es el Padre, no lo veo...

Jesús: quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Yo hago lo que es de su agrado.

Pedro: no sé caminar sobre el agua...

Jesús: fija en mí la mirada y podrás caminar sobre cualquier obstáculo. Si quitas tu mirada, te hundirás.

Samaritana: no sé dónde puedo saciar mi sed...

Jesús: ven a saciarte en mi fuente, Y soy el Agua que salta hasta la vida eterna.

Lázaro: no sé cómo asumir el dolor y la muerte...

Jesús: ¡no temas!, Yo Soy el Médico y la Medicina; la Resurrección y la Vida. El que cree en mí no morirá para siempre.

Zaqueo: no sé cómo llenar el vacío de mi vida...

Jesús: déjame entrar en tu casa y llenarte con mi compañía.

Juan: no sé permanecer de pie junto a la cruz sin sentirme desfallecer...

Jesús: si te caes, yo te sostendré. La fidelidad pasa por la valentía de reconocer que sin mí nada puedes, que tu fuerza soy yo.

Marta: no sé qué hacer con mis cansancios y preocupaciones...

Jesús: siéntate a mis pies, escucha mis Palabras, no te afanes tanto, no necesito que hagas mucho sino que ames mucho.

Buen ladrón: no sé cómo reparar mi daño, devolver lo que he robado...

Jesús: déjame robarte el corazón y llevarlo conmigo al cielo.

3. Ejercicio para la oración:

Puedes ponerte en presencia de Dios y presentar tus no sé a Cristo, escuchando cómo Él te va respondiendo y así, dejar que te llene de su sabiduría. Nosotros no sabemosÉl es la sabiduría infinita que nos ama, nos conoce y nos abraza.

Nos quiere enriquecer y por eso: "si quieres saber algo, no quieras saber algo en nada" (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo)






Para escribir tus comentarios entra a La oración del "NO SÉ" un modo sencillo de rezar
Esperamos tus comentarios, participa. Comparte tu sed y tu experiencia de Dios con apertura y humildad, para ayudarnos entre todos en un clima de amistad.



Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre el autor y la fuente www.la-oracion 

martes, 4 de junio de 2013

¿CÓMO TOCAR CON FE A DIOS EN LA ORACIÓN?

Autor: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: la-oracion.com
¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?
Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe.
¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lc 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza

La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada.

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos “doctores” que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure.

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura

Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar… pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti".

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él.

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor.

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto.

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.





Para escribir tus comentarios entra a ¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?
Esperamos tus comentarios, participa. Comparte tu sed y tu experiencia de Dios con apertura y humildad, para ayudarnos entre todos en un clima de amistad.
 


Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion 

viernes, 10 de mayo de 2013

APRENDE A ORAR EN 10 MINUTOS



APRENDE A ORAR EN 10 MINUTOS

1.- Comienza por saber escuchar. El Cielo emite noche y día.

2.- No ores para que Dios realice tus planes, sino para que tú interpretes los planes de Dios.

3.- Pero no olvides que la fuerza de tu debilidad es la oración. Cristo dijo: Pedid y recibiréis.

4.- El pedir tiene su técnica. Hazlo atento, humilde, confiado, insistente y unido a Cristo.

5.- ¿No sabes qué decirle a Dios? Háblale de vuestros mutuos intereses. Muchas veces. Y a solas.

6. -No conviertas tu oración en un monólogo, haráas a Dios autor de tus propios pensamientos.

7. - Cuando ores no seas ni engreído, ni demasiado humilde. Con Dios no valen trucos. Sé cual eres.

8.-¿Y las distracciones involuntarias? Descuida. Dios, y el sol, broncean con solo ponerse delante.

viernes, 22 de febrero de 2013

¿QUÉ ES LA ORACION?

Autor: Jesús Martí Ballester | Fuente: Publicado en Betania
Oración, la gran palanca de la fe
Para orar, es necesario querer orar. La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Él.
Oración, la gran palanca de la fe
Oración, la gran palanca de la fe


"Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra."

Es muy conocida esta frase de Arquímedes de Siracusa: “Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra”, la verdad de cuyo principio ha sido demostrada por la ciencia y la experiencia y de sobra conocemos la fuerza prodigiosa que desarrolla la palanca, barra rígida apoyada sobre un punto llamado fulcro, según definición de la mecánica física, teniendo por una parte la resistencia, que es lo que se quiere levantar o mover, y por otra, la fuerza. La distancia que hay entre el punto de apoyo y la fuerza es el "brazo de palanca", que puede ser igual o desigual, como la balanza y la "romana", en la que al ser el brazo del peso muy corto y el de la fuerza muy largo, permite pesar toneladas con gramos. Si el brazo de la palanca es suficientemente largo, un solo gramo es capaz de contrapesar muchas toneladas. Leonardo Da Vinci, adelantándose en esto a Stevin de Brujas, aprovechó este conocimiento para demostrar la ley de la palanca por el método de las velocidades virtuales, principio que ya enunciaba Aristóteles, anticipándose a Bernardino Baldi y a Galileo. Con una palanca conveniente, hasta un niño puede levantar miles de toneladas: Dicho esto, hemos entrado en el tema. Ha dicho Jesús: “Si tenéis fe como un grano de mostaza diréis a esta montaña: “Lánzate al mar, y se lanzará”.


LA ORACIÓN PALANCA MORAL

Con la fe como fulcro, o punto de apoyo, la esperanza como barra que sostiene el peso a levantar, la oración en el extremo opuesto, ésta se constituye en la palanca que levanta el mundo, según el principio científico de Arquímedes y el testimonio de la Sagrada Escritura.

El Movimiento de Cursillos de Cristiandad usa mucho el vocablo, "Palanca", incluyendo en ella la oración y los sacrificios que se hacen para conseguir el fruto del Cursillo. Resulta que la esperanza del orante y la confianza de conseguir lo que se pide, se convierten en brazo de palanca, de forma que cuanto mayor es la "confianza", mayor es el poder de la palanca, y bastará una fuerza pequeñísima para obtener lo que se pide. Sin fe, si no creemos que Dios puede darnos lo que pedimos, no hay oración posible. Si no creemos que Dios existe, o si, creyéndolo, pensamos que no puede darnos lo que le pedimos, la oración es inútil. Por eso los musulmanes, que creen en el fatalismo, determinado infaliblemente, no tienen oración de petición. Al no creer que Dios nos puede dar lo que le pidamos, sólo hacen oración de adoración, practicada, eso sí, con gran devoción tres veces al día; pero sin pedir nada a Dios, porque creen que es inútil.


LA FE, PUNTO DE APOYO Y LA CONFIANZA, BRAZO DE PALANCA

Para que la oración sea eficaz, es necesario esperar que Dios nos va a dar lo que le pedimos, y eso es confianza, que no sólo nace de la fe en que Dios puede darnos lo que le pedimos, sino fiarse de la promesa de Dios de escucharnos: “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá, buscad y hallaréis”. “El que pide recibe, al que llama se le abre, el que busca, encuentra”. Esa verdad revelada es la fuente de la que brota la confianza de que Dios nos concede lo que le pedimos porque lo ha prometido. Esta es la fe y la confianza que pide Cristo, cuando garantiza que si decís a esta montaña: “arráncate y arrójate al mar, os obedecerá”. “Si tenéis fe, todo lo que pidiereis en la oración, lo alcanzaréis." La fe y la confianza, que se completan la una a la otra, hacen la oración eficaz.


LOS APOSTOLES VACILABAN

Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que lo agarra lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han podido
Jesús preguntó al padre del poseso: --¿Cuánto tiempo hace que esto sucede? --Desde la niñez –respondió-- y muchas veces lo ha tirado al agua y al fuego, para acabar con él. Pero si puedes algo, socórrenos, compadecido de nosotros. Jesús le dijo: --Si tú puedes creer, todo es posible para el que cree. El padre del muchacho exclamó: --¡Señor! Yo creo, pero ayuda tú mi incredulidad. Aquel padre creía, pero no creía con bastante firmeza para tener confianza ilimitada en Cristo. También los discípulos creían en el poder de Cristo, pero dudaban por falta de confianza y preguntan a Jesús: -- ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? -- Esta ralea no sale más que a fuerza de oración confiada. Los discípulos pidieron a Jesús que les aumentara la fe y la confianza: --Señor, auméntanos la fe. La diferencia entre la fe y la confianza se ve con mucha claridad en el caso del padre de este endemoniado.
(Mc 11, 21).

Dice el texto latino: "Si habueritis fidem sicut granum sinapis et non haesitaveritis...". “Si tuviereis fe como un grano de mostaza y no vacilarais. El verbo “haesito”, significa dudar, vacilar e indica incertidumbre, irresolución. Cuando "la confianza" es ilimitada, o lo que es lo mismo, cuando el brazo de palanca es muy grande, la oración obra milagros. Pero este brazo de palanca tan colosal es escaso.


¿QUÉ REMEDIO?: LA POLEA

Cuando deseamos conseguir algo careciendo de esta confianza ilimitada, podemos usar la polea, verdadera palanca, que es una cuerda flexible y deslizante alrededor de una rueda, que en el extremo de la cuerda lleva el peso, y al otro extremo la fuerza para que tirando el peso vaya subiendo poco a poco. Una serie de tirones va elevando el peso; pero si se deja de tirar y se suelta la cuerda, el peso, que ya había subido a cierta altura, cae precipitadamente.

Así funciona nuestra oración, cuando la confianza es limitada... Y así resulta ser nuestra oración ordinaria, como elevada por la polea. Queremos obtener de Dios una gracia, que es como querer levantar un peso, pero no tenemos la confianza suficiente para poder alcanzarla de una vez, por falta de fuerza capaz de levantarla de un solo tirón, y pedimos repetidas veces a Dios lo que deseamos, como a pedacitos de confianza. Actuamos como con la polea, subimos el peso a base de tirones sucesivos. Si nuestra confianza fuera muy grande, como la del centurión de Cafarnaún, o la de la Cananea de Tiro, de los cuales dijo Jesús admirado: “No he encontrado tanta fe en Israel”, no necesitaríamos orar más que una vez para obtener lo que pedimos, como ellos. Al no tener esa confianza, necesitamos dar tirones sucesivos. Ha sido necesario repetir y repetir nuestra oración porque nuestra confianza es muy pequeña. Si nuestros pedazos de confianza son más grandes, necesitaremos repetir nuestra oración menos veces.


ANTE EL FRACASO DE LA ORACIÓN

Cuando la confianza es nula, aunque se repitan mil veces las oraciones no se logra nada, como si no se tira de veras de la polea, el peso se quedará donde está. Cuando se deja de orar porque se cede al cansancio de pedir, o se desconfía de ser escuchado, o se deja vencer por el aburrimiento el desánimo, no se conceden las peticiones. Como cuando se quiere subir un peso por medio de la polea, nos cansamos y soltamos la cuerda el peso cae, y los esfuerzos anteriores han resultado inútiles. Previendo esto los mecánicos, inventaron la polea compuesta, el polipasto, formado de dos o tres poleas simples, para que, aunque dejemos de tirar, el peso se mantenga. Este símil es por analogía, la oración hecha por dos o más personas. Mientras una deja de pedir, las otras siguen pidiendo, hasta que se consigue lo que se pide. Esta es la fuerza de la oración de la Iglesia, de la familia o de la comunidad. En este principio se basa el Apostolado de la Oración, en el que miles y miles de personas piden a Dios la misma gracia continuamente, como si cada una tuviera un cabo de diversas cuerdas unificadas, para conseguir de Dios la gracia que se pide.


ORACIÓN FRÍA Y RUTINARIA

Pero si los que piden no tiran de veras su oración resulta ser oración de disco, de CD, a la que le falta la confianza. Si cada uno ora con un poquito de confianza, probablemente Dios concederá nuestra petición. Si se reza mecánicamente, sin verdadero empeño, Dios no ha prometido darnos sin más ni más todo lo que le pidamos, aunque se lo pidamos millares de veces, o se lo pidan millones de personas. La promesa es clara: "Todo lo que pidiereis con fe, sin andar vacilando, se os concederá", y esto según la determinación de su Providencia, pero no en virtud de su promesa. En muchas ocasiones Dios concede lo que se le pide, aunque nosotros no lo veamos. Miles de almas alcanzan, por ejemplo, su salvación, y muchas personas han alcanzado la plenitud de las virtudes, sin que nos demos cuenta de que la consiguieron por nuestras oraciones.

Santa Teresita de Lissieux lo dice de esta manera plática: En la lamparita mortecina del sagrario, la sacristana encendió con cuidado una vela y con ella las de toda la comunidad.

Hemos convertido la palanca y la polea en una imagen para explicar de algún modo el funcionamiento de la oración, que, según San Agustín, es “la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”.



HÁGASE TU VOLUNTAD

Jesús no ha señalado un catálogo de cosas que podemos pedir, su madre le pidió en Caná vino, el buen ladrón le pidió el paraíso. Podemos pedir de todo y todo, pero somos como niños que no saben lo que piden y debe quedar el discernimiento de la madre dar lo bueno y lo mejor y no dar lo malo, que a veces deslumbra y es bonito y bien visto, lo razonable es lo, después de pedir, lo dejemos en manos de Dios, que él sí sabe lo que nos conviene más o lo que nos puede dañar. Para que después no se nos pueda decir, “Fraile mostén, tú te lo tienes, tú te lo ten”, terminar siempre nuestras peticiones, como nos enseña Jesús en la oración que nos enseñó: “Hágase tu voluntad“, que es como Él oró en la agonía de Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.


EL PADRE COLOMA

Escribe el Padre Coloma, insigne escritor costumbrista:

“Una tarde vi llegar al aperador del Cortijo. Fui volando a verlo: su hijo había llegado de África y por él supe que de tres de los míos que estaban en el ejército, el mayor había muerto; al segundo lo había matado a traición un moro y que el tercero estaba en el hospital de Algeciras. Volví en busca de Chana, mi mujer, y le di la noticia. Ella se encogió como si viera venir el torreón de Tepul: los ojos se le desencajaron y se puso más blanca que un papel. --Vamos a Algeciras, Cristóbal, me dijo. Aparejó la burra y tomamos el camino de Algeciras. Chana caminaba en la burra arrebujaá en un pañolón rezando credos y salves. Yo iba detrás echando sapos y culebras, y renegando de cuanto bicho viviente se menea… Yo no era malo, creía en Dios y en la Virgen Santísima y en cuanto hay que creer en el mundo; pero aquella pena me había derramado toda la hiel por el cuerpo, y hasta la saliva de la boca me sabía amarga... De repente tropezó la burra y tiró las alforjas… Me cegué… me cegué y eché una blasfemia. Chana saltó de la burra como si hubiera oído la trompeta del juicio; se me puso delante más tiesa que un muerto en la sepultura y me dijo: -¡Calla esa lengua, Cristóbal! ¡Calla esa lengua; que bien mereces que Dios te mate a tu hijo!”. - Y ¿por qué hace Dios con nosotros esas tropelías?- grité yo más furioso. –Porque somos pecadores, contestó con una voz que parecía un juez sentenciando a muerte .Mira –añadió levantando la mano-- esos puñados de estrellas: mira las lágrimas que costamos a María Santísima… Cuéntalas si puedes… ¡Ella las derramó y nosotros pecamos!... Yo no se lo que me pasó entonces; pero el corazón se me salía por la boca, y me fui quedando atrás, atrás, pare verme solo. Miraba yo esas benditas estrellas del cielo, y se me salían por los ojos las lágrimas como garbanzos. --Virgen Santísima que por mí lloraste- decía yo a voces-; si no supe lo que dije… ¡Madre de pecadores, ampara a esta oveja perdida! ¡Madre que perdiste a un hijo, ten piedad de quien pierde tres de un golpe!... --Llegamos a Algeciras por la mañana, y nos fuimos derechos al hospital; preguntamos a un cabo por Sebastián Pérez, y nos hizo entrar en la oficina del registro. Había allí un sargento, que buscó el nombre en el registro. --Sebastián Pérez -dijo- entró el 25 de mayo... Salió el 1 de junio. --Y ¿para dónde ha salido?, preguntó Chana. --Para el camposanto, con los pies por delante, respondió el sargento. --Sentí que Chana me clavaba las uñas en el brazo, y que temblaba como si tuviera frío de cuartanas. --Vamos al camposanto, dijo. Y fuimos al camposanto, pero ya lo habían cerrado y el conserje no nos quiso abrir. --Chana se sentó en el umbral y por una rendijilla de la puerta miraba allá dentro, por ver desde lejos la tierra que se comía a su hijo. Teníamos diez reales, y Chana mandó decir una misa a la Virgen de los Dolores. Yo me escurrí a la sacristía, en busca de un Padre cura, y me confesé mientras tanto, llorando de hilo en hilo. A la vuelta caminamos siete horas sin decir palabra. Al oscurecer me faltó hasta el aliento y me dejé caer junto a un pozo de abrevar ganado. Chana se apeó de la burra y se sentó a mi vera. --¿Qué haremos ahora, Chana?, pregunté yo, hablando primero. --¿Qué haremos? Lo que dice el Padrenuestro… Cristóbal… Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo… --Yo me eché a llorar como una criatura, porque, aunque era hombre que con una mano paraba una yunta de bueyes, no tenía en el corazón el aguante de aquella santa mujer, que no era una mujer de carne y hueso, sino un ángel del cielo. --¿Y qué ha sido de Chana? --A Chana le pasó lo que al caballo viejo… Desde entonces hincó la cabeza en tierra y no la volvió a levantar nunca. Corazón le sobraba; pero el cuerpo se le iba solo a la sepultura, y a los tres meses estaba en la eternidad con sus tres hijos.” Yo me quedé solo, señorito, solo… Trabajo cuando hay en qué, y cuando no hay, nunca me niegan un pedazo de pan por esos cortijos, y siempre que paso por el Cristo de Mirabal, me asomo a la capilla y digo: --“Señor, aquí está tío Pellejo… Setenta años tengo ya… ¡no se te olvide!”

Así acaba el insigne costumbrista Padre Luís Coloma autor de cuentos infantiles, Ajajú y Periquillo sin miedo, Medio Juan y Juan y Medio, Por un piojo, Caín, Mal alma, La Gorriona y Era un santo, Paz a los muertos, y cuentos rurales, Ranoque y Juan Miseria. Pequeñeces, que le colocó en el primer plano de la actualidad literaria, Boy, La reina mártir, Jeromín y Fray Francisco. Del estruendo que provocó Pequeñeces asegura que fue como entrar por primera vez en la ducha y recibir la inesperada rociada, como después diría Martín Descalzo que le había ocurrido a él con su primera novela, “La Frontera de Dios”, ganadora del Premio Nadal. El moralismo con que termina Coloma la historieta del Tío Pellejo, busca conducir al lector a la resignación del “Hágase tu voluntad” de la tía Chana, respondiendo al tío Pellejo: --¿Qué haremos ahora, Chana”? –pregunté yo. --¿Qué haremos? Lo que dice el Padrenuestro… Cristóbal… Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…”

Porque Dios sabe mejor que nosotros lo que nos conviene para nuestra mayor felicidad definitiva y eterna.

_____________________

Para orar, es necesario querer orar. La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios. Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.

Algunas recomendaciones prácticas y consejos que cada persona puede adaptar a su estilo de vida lo encontrarás en el

Taller de Oración
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...