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sábado, 5 de diciembre de 2015

NO TENGAN MIEDO DE LA TERNURA


No tengan miedo de la ternura
La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es una consolación, un misterio de consolación.


Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net 




Fragmento de la entrevista con papa Francisco sobre la Navidad, martes, 10 de diciembre

Navidad...es el encuentro con Jesús.

Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que le estará siempre cerca. En el Libro del Deuteronomio leemos que Dios camina con nosotros, nos guía de la mano como un papá con su hijo.

Esto es hermoso. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es una consolación, un misterio de consolación. Muchas veces, después de la misa de Nochebuena, pasé algunas horas solo, en la capilla, antes de celebrar la misa de la aurora, con un sentimiento de profunda consolación y paz. Recuerdo una vez aquí en Roma, creo que era la Navidad de 1974, en una noche de oración después de la misa en la residencia del Centro Astalli. Para mí la Navidad siempre ha sido esto: contemplar la visita de Dios a su pueblo.

¿Cuál es el mensaje de la Navidad para las personas de hoy?
Nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas.

La primera: tengan esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Es el papá que nos abre las puertas.

Segunda: no tengan miedo de la ternura. Cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se vuelven una Iglesia fría, que no sabe dónde ir y se enreda en las ideologías, en las actitudes mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: sigue adelante, yo soy un Padre que te acaricia.

Tengo miedo cuando los cristianos pierden la esperanza y la capacidad de abrazar y acariciar. Tal vez por esto, viendo hacia el futuro, hablo a menudo sobre los niños y los ancianos, es decir los más indefensos. En mi vida como sacerdote, yendo a la parroquia, siempre traté de transmitir esta ternura, sobre todo a los niños y a los ancianos. Me hace bien, y pienso en la ternura que Dios tiene por nosotros.

LECTIO DIVINA - SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


Lectio Divina. Domingo 2o. de Adviento.
Adviento. Oración con el Evangelio. Ciclo C.


Por: P Martín Irure | Fuente: Catholic.net 




Lucas 3, 1-6

1. INVOCA

Nos ponemos en actitud de escuchar al Señor lo que quiera trasmitirnos por medio de su Palabra que leemos en las Sagradas Escrituras. Es momento importante éste de la oración. Porque el Padre nos presenta amorosamente su voluntad.

Orar es: entrar en la simplicidad del Amor del Padre por el Hijo en el Espíritu.
Orar es: tomar conciencia de nuestra propia pequeñez, que la aceptamos con alegría.
Orar es: aprender a experimentar que sólo los pequeños son sencillos y son los amados del Padre.
Orar es: acostumbrarse a confiar, porque sólo los pequeños confían, no en sus propias fuerzas, sino en el Padre de Jesús.
Orar es: alabar al Padre porque manifiesta los misterios del Reino a la gente sencilla y los oculta a los "sabios" de este mundo.
Invoquemos al Espíritu, que está listo para abrirnos al sentido de la Palabra y a fortalecer nuestra decisión de vivirla.
Recitamos: Salmo a la Palabra
Tú eres, Señor,
la Palabra de la vida
pronunciada en el silencio,
y que en silencio
debe ser acogida.
¡Haz que germine
en nuestros corazones
como Buena Noticia,
a todos los hombres.

Tu Palabra, Señor,
nos da la vida.
Por eso, confío en ti,
aunque camine despacio
y por lugares oscuros,
no temo,
porque tu Palabra
es luz en mi camino.

Tu Palabra, Señor,
es siempre nueva,
alimento de mi alma.
Por eso, me es dulce al paladar
y me sabe a amor
cuando la proclamo
desde mi pobre vida. Amén. (F. Cerro)


2. LEE LA PALABRA DE DIOS Lc 3, 1-6
(Qué dice la Palabra de Dios)

Contexto bíblico

Lucas describe la presentación y ministerio de Juan Bautista, ubicado en la historia del mundo pagano y en la historia del pueblo de Israel.
Lucas pretende, al darnos estos datos históricos, mostrarnos la historia de la salvación, que nos llega con Jesús. Y esta salvación está insertada en la historia humana.
Los datos que nos da Lucas permite afirmar que la predicación de Jesús se inicia hacia el año 27 ó 28 de nuestra era.
Texto

1. La palabra de Dios vino sobre Juan (v. 2)

Lucas aplica a Juan la profecía de Isaías (40, 3-5). Él es la voz que grita en el desierto, anunciando la venida del Mesías. En Juan actúa la Palabra para trasmitir el proyecto de Dios para salvar a todos los pueblos.
Juan es el profeta itinerante. Y no es uno más en la larga lista de los profetas de Israel. Es el último profeta del Antiguo Testamento que conecta con el Nuevo Testamento. Como los anteriores profetas, Juan viene a preparar los caminos al Mesías. Y Lucas subraya, sobre todo, la universalidad de su misión, cuando termina la cita de Isaías, con la frase todos verán la salvación de Dios (v. 6). Es lo que el mismo Lucas describirá en su libro de los Hechos de los apóstoles.
Juan se ve sorprendido por la Palabra. Podía haber heredado el título y ministerio de sacerdote de su padre Zacarías, al servicio del culto en el templo de Jerusalén. Pero, eligió la vocación de profeta austero y penitente, en la vida dura del desierto, para anunciar el bautismo de conversión.
A Juan le vino la Palabra. Y por la fuerza de esta Palabra, renunció a los privilegios y prefirió la sencillez del pueblo. Se fue al desierto. Pues, la Palabra siempre viene desde el desierto, lugar del silencio y de la escucha de la Palabra. Y se dirige a los que viven en seguridad e instalados en el poder.


2. Preparen el camino del Señor

La salvación viene en la historia de cada día. Y así nuestra historia se hace “historia de salvación”. Con una condición: que se dé la conversión de valores, actitudes y conducta según el Evangelio.
Ésta es la vocación del profeta cristiano: dejarse invadir por la Palabra, trasmitirla acompañada de su estilo de vida, ser su testigo con hechos y anunciar con palabras la Buena Noticia de la salvación, la presencia del Salvador entre los humanos.
Lo que caracteriza al profeta no es el “pre-decir”, sino el”decir”. El profeta se enfrenta a los poderes que explotan y esclavizan. El profeta debe abrir a los oyentes a la esperanza de un futuro mejor y promover la solidaridad y la justicia entre todos. El Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia (Baruc 5, 9; primera lectura de hoy).
El profeta cristiano tiene experiencia de “pueblo”, es decir, está encarnado en medio de los sufrimientos y alegrías de la gente. Y está penetrado de la Palabra, porque escucha a Dios que le trasmite el plan de liberación, que, a su vez, trasmite al pueblo. Así el profeta “prepara los caminos del Señor”.
3. Todos verán la salvación de Dios (v. 6)

Nuestra esperanza no queda defraudada por la espera de la venida del Señor. Él viene constantemente a nuestra vida y a nuestra conciencia. Él nos promete y nos da la plenitud de su Ser: Amor y Vida.
La liberación de nuestras esclavitudes nos viene del Señor. Y la Alianza, el pacto de amor, nos ofrece nuestro Dios en el desierto, que significa búsqueda y silencio, superación de las tentaciones y encuentro con Dios. Como aconteció con el pueblo de Israel, que, en el desierto, recibió la Alianza, el pacto de amor.


3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)

El Señor me ofrece ese camino de liberación de mis pecados y de llegar a la plena salvación. Es el Padre que sale a mi encuentro y me regala su Amor incondicional.
Tengo que preparar los caminos de mi conciencia al Señor. Allanar las colinas de mi soberbia, aplanar las honduras de mis complejos, temores, debilidades y pecados. Abrir senderos de venida, buscados y pensados en el desierto del silencio interior, libre de tantas ocupaciones y preocupaciones.


4. ORA (Qué le respondo al Señor)

Señor, me percibo como un terreno accidentado, lleno de obstáculos y oscuridades, que impiden y retrasan tu venida hacia mí. Quiero ir preparando este camino, para que Tú entres plenamente en mi vida. Mejor. Quiero dejarte mi terreno abierto para que Tú vayas haciendo esta tarea, que Tú sabes, quieres y puedes.


5. CONTEMPLA

Al Padre que sigue trabajando en tu interior purificando tu conciencia de tus limitaciones y pecados que retrasan su venida liberadora.
A Jesús, colaborador principal del Padre, que sigue su tarea de salvación.
Al Espíritu, artífice de la obra de Amor en el interior de las conciencias.
A ti mismo, necesitado pero confiado; cerrado con frecuencia, pero con deseos sinceros de dejar al Señor que realice su obra dentro de ti.


6. ACTÚA

Esta semana trataré de abrirme totalmente a la acción de Dios en mi vida. Con toda la confianza, exclamaré y oraré con el salmo responsorial de este domingo: El Señor es mi Dios y mi Salvador.

Recitamos: Palabra encarnada:

Tu Palabra se hizo carne
y mi carne se hace hoy palabra tuya,
tallada con tu brisa de absoluto
en mi roca de límite y distancia.

Soy ágil libertad
en tu corazón que me anida
y en tu pensamiento que me crea.

Soy palabra como espada de dos filos
en tu mano de profeta,
y palabra de corazón cercano
en tus ojos de hogar universal.

Soy palabra ronca
de tanto sufrimiento,
parida por gargantas enlazadas,
en tu pueblo que grita su gemido.

Soy palabra tuya, nazarena y pobre,
con olor a tierra mojada de camino,
y a mar con rumores de salitres
y gentes en la playa a la deriva.

Soy palabra hecha silencio
remansada en el invierno
donde todo saber se acaba,
y nace nueva como flor de primavera
en el tronco mutilado por la poda.

Soy palabra llevada por los vientos
hasta puertas y ventanas,
que se hospeda donde abren,
o se pierde jugando en cualquier calle. (E. González Buelta)

viernes, 4 de diciembre de 2015

EN ESTE MOMENTO DE MI VIDA... QUÉ ESPERO?


En este momento de mi vida...¿qué espero?
El hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza.


Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net 




¡Queridos hermanos y hermanas!

En el Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año Litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, hace memoria del acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Es precisamente desde esta doble perspectiva de donde vive el Tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a “juzgar a vivos y muertos”, como decimos en el Credo.

Sobre este sugestivo tema de la “espera” quisiera ahora detenerme brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por así decirlo, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.

La espera, el esperar es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; a la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del éxito en un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la acogida de un perdón...

Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se le reconoce por sus esperas: nuestra “estatura” moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.

Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este Tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: yo, ¿qué espero? ¿A qué, en este momento de mi vida, está dirigido mi corazón? Y esta misma pregunta se puede plantear a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos, juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones, qué las acomuna?

En el tiempo precedente al nacimiento de Jesús, era fortísima en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que habría finalmente liberado al pueblo de toda esclavitud moral y política e instaurado el Reino de Dios. Pero nadie habría nunca imaginado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría esperado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que Él pudo encontrar en ella una madre digna. Del resto, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos.

Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura “llena de gracia”, totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a gestionar los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede colmar.

jueves, 3 de diciembre de 2015

EMPEZAR A PREPARARNOS PARA NAVIDAD Y LA VIDA ETERNA


Empezar a prepararnos para Navidad y la vida eterna...
Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Estamos en tiempo de Adviento. Es el tiempo santo de preparación que la Iglesia Católica celebra desde el principio de los cuatro domingos anteriores a la Navidad.

Siempre que vamos a tener un gran acontecimiento en nuestras vidas, nos preparamos. Así se preparaban en los tiempos antiguos para la llegada del MESÍAS.

Así nosotros hemos de prepararnos para esta Nochebuena, para esta Navidad en que celebraremos la llegada del Niño-Dios.

Esto es una conmemoración pero también se nos pide una preparación muy especial para la segunda llegada de Jesucristo como Supremo Juez, también llamada Parusía en la que daremos cuenta del provecho que hayamos sacado de su Nacimiento y de su muerte de Cruz.

El día en que hemos de morir es el acontecimiento más grande e importante para el ser humano. No resulta agradable hablar de ello ni pensar en esto. Tal vez por ser lo único cierto que hay en nuestra vida: la muerte. Es más agradable quedarnos en la fiesta, en la alegría de una hermosa Navidad.

Pero no olvidemos que este episodio ya fue. El otro está por venir. Aún no llega, pero... llegará. Velen, pues, y hagan oración continuamente para que puedan comparecer seguros ante el Hijo del Hombre Juan 21, 25-28,34-36. Estas son las palabras de Jesús a sus discípulos, en aquellos tiempos y nos las está repitiendo continuamente en nuestro presente.

Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos. ¿Quién podrá comparecer seguro ante el Hijo del Hombre? Tan solo el pensamiento de este Juicio nos hace estremecer.

Pero recobremos la esperanza sabiendo que seremos juzgados con gran misericordia y amor si en este tiempo de Adviento nos preparamos rebosante de amor mutuo y hacia los demás como dice San Pablo en su carta a los tesalonicenses, porque tuve sed y me disteis de beber, porque tuve hambre y me disteis de comer...

Pensemos en los demás. Olvidemos en este tiempo de Adviento nuestro "pequeño mundo" y volvamos los ojos a los que nos necesitan, a los que nada tienen, a los que podemos hacer felices dándoles nuestra compañía, nuestro amor y apoyo, una palabra de ternura y aliento, una sonrisa... Siempre está en nuestra mano hacer dichoso a un semejante. Solo así podremos estar seguros ante la presencia y el Juicio de Nuestro Señor Jesucristo que lleno de amor y misericordia unirá a nuestras pobres acciones los méritos de su pasión y muerte.

ADVIENTO: ESPERA, PREPARACIÓN Y ACOGIDA


Espera, preparación y acogida




El Adviento es tiempo de espera para la gran celebración de la Navidad. El nacimiento de Jesús es el gran acontecimiento largamente esperado por el Pueblo de Israel que durante tantos años vivió anhelando el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de que le enviaría un Salvador.

Nuestra cultura no está habituada a esperar y nos es difícil comprender que el Pueblo de Israel haya esperado siglos y siglos para el cumplimiento de esta promesa. La nuestra es la cultura de la prisa, de lo inmediato, de lo "express". Esperar implica acomodarse al tiempo de otro y es realmente difícil aceptar los tiempos de "otro” cuando no coinciden con los nuestros, incluso si son tiempos de Dios.

El Adviento nos invita a esperar el tiempo de Dios; la venida de Jesús.

El Adviento no es aún la fiesta, sino espera, preparación y expectación para la gran fiesta. El gozo propio del adviento es de quien ha recibido una promesa y espera ilusionado su cumplimiento y verificación. Sin embargo, hoy ya no lo vivimos esperando una promesa. Hemos adelantado la fiesta y hemos perdido el clima de "espera", "de promesa", de "don".

Lo anticipamos todo: durante el Adviento, nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar. Esta anticipación del festejo nos ha "robado" el tiempo de preparación espiritual propuesto por la Iglesia para una celebración profunda de la Navidad, que tendría que ser para cada cristiano, un encuentro "de corazón a corazón” con el Dios-niño, tan sencillo y pequeño, que se encuentra al alcance de todos. Actualmente hay muchos festejos "navideños” que nada tienen que ver con el misterio de la Navidad y muchas veces para el 24 de diciembre, ya nos encontramos cansados y agobiados; incluso "saturados" de tantos compromisos; agotados por la prisa y el estrés. La forma en la que solemos vivir el Adviento, en lugar de prepararnos para celebrar la Fe en un clima de paz y gozo espiritual, muy probablemente nos acelera, dispersa y distrae para lo esencial.

María, la Madre que supo esperar con verdadera esperanza y gran amor, es el gran personaje del Adviento que nos enseña a vivir este tiempo como camino hacia el portal de Belén, lugar de encuentro y adoración del Dios-niño.

Tres actitudes muy hermosas de María que nos pueden ayudar a vivir este Adviento son: la espera, la preparación del corazón y la acogida sincera.

1. María espera con gozo, con profunda esperanza, la llegada de Jesús a su vida.
2. María prepara su corazón con vivos sentimientos de ternura para con el Niño Jesús que viene y de gratitud profunda para con Dios que cumple sus promesas.
3. María cultiva en su corazón una acogida generosa, abriéndolo de par en par para que realmente entre Jesús a su vida. Ella lo esperaba sinceramente, no lo acoge sólo de palabra, sino que le ofrece su corazón.

Que María nos enseñe a vivir este Adviento en una espera gozosa; a aprovechar este tiempo para preparar nuestro corazón para que Jesús realmente encuentre en él un lugar donde quedarse y desde el cual podamos descubrirlo como verdadero Salvador: como el Dios que viene a iluminar lo que en nuestra vida está oscuro; a sanar lo que en nuestra vida está enfermo; y a liberarnos de todo lo que nos impide vivir en el gozo de su Amor.




Autor: María de Lourdes Rodero Elizondo, o.p. | Fuente: Catholic.net

miércoles, 2 de diciembre de 2015

LAS ACTITUDES FUNDAMENTALES DEL ADVIENTO 2015



LAS ACTITUDES FUNDAMENTALES DEL ADVIENTO




1. Actitud de espera. El mundo necesita de Dios. La humanidad está desencantada y desamparada. Las aspiraciones modernas de paz y de dicha, de unidad, de comunidad, son terreno preparado para la buena nueva. El adviento nos ayuda a comprender mejor el corazón del hombre y su tendencia insaciable de felicidad.

2. El retorno a Dios. La experiencia de frustración, de contingencia, de ambigüedad, de cautividad, de pérdida de la libertad exterior e interior de los hombres de hoy, puede suscitar la sed de Dios, y la necesidad de «subir a Jerusalén» como lugar de la morada de Dios, según los salmos de este tiempo. La infidelidad a Dios destruye al pueblo. Su fidelidad hace su verdadera historia e identidad. El adviento nos ayuda a conocer mejor a Dios y su amor al mundo. Nos da conocimiento interno de Cristo, que siendo rico por nosotros se hace pobre.

3. La conversión. Con Cristo, el reino está cerca dentro de nosotros. La voz del Bautista es el clamor del adviento: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios ... » (Is 40,3-5). El adviento nos enseña a hacernos presentes en la historia de la salvación de los ambientes, a entender el amor como salida de nosotros mismos y la solidaridad plena con los que sufren.

4. Jesús es el Mesías. Será el liberador del hombre entero. Luchará contra todo el mal y lo vencerá no por la violencia, sino por el camino de una victimación de amor. La salvación pasa por el encuentro personal con Cristo.

5. Gozo y alegría. El reino de Cristo no es sólo algo social y externo, sino interior y profundo. La venida del Mesías constituye el anuncio del gran gozo para el pueblo, de una alegría que conmueve hasta los mismos cielos cuando el pecador se arrepiente. El adviento nos enseña a conocer que Cristo, y su pascua, es la fiesta segura y definitiva de la nueva humanidad.

LO ANTICIPAMOS TODO DURANTE EL ADVIENTO


Lo anticipamos todo durante el adviento
Nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar a la fiesta.


Por: María de Lourdes Rodero Elizondo, o.p. | Fuente: Catholic.net 




El adviento es tiempo de espera para la gran celebración de la Navidad. El nacimiento de Jesús es el gran acontecimiento largamente esperado por el Pueblo de Israel que durante tantos años vivió anhelando el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de que le enviaría un Salvador.

Nuestra cultura no está habituada a esperar y nos es difícil comprender que el Pueblo de Israel haya esperado siglos y siglos para el cumplimiento de esta promesa. La nuestra es la cultura de la prisa, de lo inmediato, de lo "express". Esperar implica acomodarse al tiempo de otro y es realmente difícil aceptar los tiempos de “otro” cuando no coinciden con los nuestros, incluso si son tiempos de Dios.

El Adviento nos invita a esperar el tiempo de Dios; la venida de Jesús.

El adviento no es aún la fiesta, sino espera, preparación y expectación para la gran fiesta.
El gozo propio del adviento es de quien ha recibido una promesa y espera ilusionado su cumplimiento y verificación. Sin embargo, hoy ya no lo vivimos esperando una promesa. Hemos adelantado la fiesta y hemos perdido el clima de "espera", "de promesa", de "don".

Lo anticipamos todo: durante el adviento, nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar. Esta anticipación del festejo nos ha "robado" el tiempo de preparación espiritual propuesto por la Iglesia para una celebración profunda de la Navidad, que tendría que ser para cada cristiano, un encuentro “de corazón a corazón” con el Dios-niño, tan sencillo y pequeño, que se encuentra al alcance de todos. Actualmente hay muchos festejos “navideños” que nada tienen que ver con el misterio de la Navidad y muchas veces para el 24 de diciembre, ya nos encontramos cansados y agobiados; incluso "saturados" de tantos compromisos; agotados por la prisa y el estrés. La forma en la que solemos vivir el adviento, en lugar de prepararnos para celebrar la Fe en un clima de paz y gozo espiritual, muy probablemente nos acelera, dispersa y distrae para lo esencial.

María, la Madre que supo esperar con verdadera esperanza y gran amor, es el gran personaje del Adviento que nos enseña a vivir este tiempo como camino hacia el portal de Belén, lugar de encuentro y adoración del Dios-niño.

Tres actitudes muy hermosas de María que nos pueden ayudar a vivir este adviento son: la espera, la preparación del corazón y la acogida sincera.

1. María espera con gozo, con profunda esperanza, la llegada de Jesús a su vida.

2. María prepara su corazón con vivos sentimientos de ternura para con el Niño Jesús que viene y de gratitud profunda para con Dios que cumple sus promesas.

3. María cultiva en su corazón una acogida generosa, abriéndolo de par en par para que realmente entre Jesús a su vida. Ella lo esperaba sinceramente, no lo acoge sólo de palabra, sino que le ofrece su corazón.

Que María nos enseñe a vivir este adviento en una espera gozosa; a aprovechar este tiempo para preparar nuestro corazón para que Jesús realmente encuentre en él un lugar donde quedarse y desde el cual podamos descubrirlo como verdadero Salvador: como el Dios que viene a iluminar lo que en nuestra vida está oscuro; a sanar lo que en nuestra vida está enfermo; y a liberarnos de todo lo que nos impide vivir en el gozo de su Amor.

martes, 1 de diciembre de 2015

¿QUÉ ES EL ADVIENTO?


¿Qué es el Adviento?




El Adviento es estar atentos al Señor que viene.

No es simplemente un momento del Año Litúrgico. ¡Es un tiempo de esperanza! “¡Estar despiertos y vigilantes!”

No es una amenaza. Es una Exhortación. Es una actitud que abarca e ilumina toda la vida del cristiano.

Es un mirar a Jesús que vino en la historia para enseñarnos a vivir humana y divinamente. Que viene en cada pobre y necesitado y vendrá al final de los tiempos como Él nos prometió.

Cada uno sabe cuáles son sus “excesos”. Ya es hora de “despertarnos” de nuestra apatía, nuestra indolencia, y es preciso luchar con más decisión y arranquemos de raíz todo aquello que puede desagradar al Señor que viene.

Año tras año, al llegar el Adviento, oímos que es un tiempo de cambio y preparación. Pero, ¿cambia “algo” en nuestra vida?

Este el desafío de quienes “pretendemos” preparar el camino del Señor: Cambiar el corazón, cambiar nuestra mentalidad. Esta actitud se llama, en el lenguaje religioso: conversión.

El camino del cristiano será imitar a Jesús viendo todo lo que podemos hacer para que los desalentados y oprimidos reciban una nueva esperanza… comenzando por nosotros mismos.

La esperanza y la alegría de un Dios que no se cansa de decirnos: ¡Sean fuertes, no teman! “Yo mismo vengo a salvarlos”.

Lejos de ceder a la tristeza y al pesimismo, alégrate siempre en el Señor, porque Jesús viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Algunas veces pareciera que, tanto escuchar y repetir que Jesús es Dios hecho hombre, nos hemos acostumbrado a las palabras y no le tomamos el peso de lo que ellas significan.

Preparemos todo nuestro ser para celebrar este GRAN MISTERIO: Dios que se hace hombre semejante a nosotros, menos en el pecado.

En este camino al encuentro del Señor, es una excelente ocasión para mostrarle a Jesús que estamos vigilantes, atentos, activos… y con el corazón ocupado en amar a todos, especialmente a los más necesitados.

Dile, SÍ, al Señor que ya llega para que nos purifique y nos haga vivir la auténtica alegría de la Navidad.

¡Que Dios te bendiga!


Fuente: Web Católico de Javier

PREGÚNTALE A CRISTO QUÉ TE SUGIERE PARA VIVIR EL ADVIENTO


Pregúntale a Cristo qué te sugiere para vivir el Adviento
Para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.vivir el Adviento.


Por: Padre Luis María Etcheverry Boneo | Fuente: Catholic.net 




Si todo fin y todo comienzo de año debe ser siempre, para las personas serias, responsables, un momento de balance: de mirar al pasado y a la vez al futuro, de sacar experiencia de lo ocurrido para asegurar un mejor rendimiento del porvenir, esto debe ocurrir de un modo mucho más particular y más exigente cuando se trata del fin y del comienzo del año eclesiástico y, por lo tanto, en relación con lo que más importa que es nuestra vida espiritual.

El año eclesiástico comienza con el Adviento, es decir, con la preparación para el nuevo nacimiento de Jesucristo en la Iglesia y en nuestras almas.

El Adviento, en la liturgia de la Iglesia, no sólo es una preparación para la conmemoración y para el nacimiento místico de Jesucristo en Navidad; no sólo mira a ese fin práctico, sino que -en esa actitud de la Iglesia de renovar cada año los misterios relativos al ciclo humano de la vida de Jesús- quiere comenzar con un signo de la larga expectación de la humanidad con respecto a la venida del Mesías anunciado.

Durante un mes vamos a renovar místicamente ese período de la historia de la humanidad que transcurre desde el pecado del primer hombre hasta la llegada visible del Redentor a este mundo.

Por eso es comprensible que la Iglesia asuma, en su liturgia de este tiempo, abundantes textos del Antiguo Testamento y sobre todo un espíritu tomado de la imagen de la tierra, por una parte seca, árida, sedienta de lluvia, y por otra, bien preparada para recibir en su seno la buena semilla en el momento de la siembra que espera le ha de llegar. Así como todo el tiempo del trabajo de la tierra previo a la siembra, está destinado a asegurar que cuando venga la semilla no encuentre ningún obstáculo a su supervivencia y a su desarrollo: a su germinación, al producir la planta, las flores, los frutos (es decir, una expansión total de esa vida latente que traía la semilla), así también todo el Antiguo Testamento, y el Adviento para nosotros, debe ser un trabajo de arada, de rastreo, de preparación de la tierra.

¿Para qué se ara? Primero para matar todos los yuyos, es decir, todas las plantas, todas las vidas que puedan entrar en competencia con la vida de la semilla y llevarse para ellas los frutos, las sales, las riquezas de la tierra; se requiere que cuando venga la semilla, nada en el seno de la tierra pueda disputarle la posesión de los alimentos.

Y se rastrea, en segundo lugar, para romper todos los cascotes y sacar todas las piedras y consecuentemente todos los huecos que haya entre cascote y cascote, lo cual, de no hacerse, haría que la semilla quede sin entrar en la tierra o al lanzar una raíz no pueda ella expandirla y se vea impedida de germinar o, en todo caso, limitada en su crecimiento.

¿Y para qué se riega, cuando se puede, la tierra? O ¿por qué clama la tierra que venga el agua del cielo, si el hombre no puede proporcionársela? Para que esa agua, además de incorporarse a la semilla y enriquecerla por sí misma, se convierta en el vehículo por el cual las sales y los elementos vitales que la tierra contiene se pongan al alcance y puedan entrar en contacto con la planta e introducirse dentro de ella y así enriquecerla, fortificarla, hacerla desarrollar y alcanzar todo lo apetecido.

La literatura del Antiguo Testamento está embebida en esta semejanza de la tierra que se trabaja y de la tierra que clama por la lluvia para que venga esa semilla a traer su vida. Y la liturgia de este Tiempo nos trae, con esta misma comparación, toda la fuerza de su sugerencia y de su sacramentalidad para que trabajemos nuestra alma, de tal manera que, en el Adviento quitemos todo lo que en nosotros pueda oponerse al nacimiento o a la futura expansión de Jesús con su vida, cuando llegue una vez más, en Navidad.

Que no quede ningún sector de nuestra persona: ni la inteligencia, ni la voluntad, ni el corazón, ni la sensibilidad, invadido por cualquier semilla que impida la entrada de Jesucristo con su vida, en ese sector.

Y que no haya en nosotros ningún cascote, ninguna costra, nada que, aunque no sea usufructuado por alguna otra vida, u otra semilla, o por algún otro organismo, sin embargo esté cerrado como un caparazón, a la penetración de Jesucristo cuando venga a nuestra alma místicamente el día de Navidad.

Y que, por otra parte, no falte el agua de la gracia que consigamos a fuerza de pedirla, a fuerza de clamar como clama la tierra -simbólicamente- cuando está seca; la gracia que merezcamos con nuestras oraciones y nuestras buenas obras, y que dentro de nosotros disponga todo lo necesario para que la vida de Jesús, el mundo de sus sugerencias mentales, de sus ilustraciones a la inteligencia, de sus mociones a la voluntad, de sus sentimientos para nuestro corazón, todo eso encuentre el vehículo apropiado, la tierra blanda, permeable, para que la haga llegar hasta todos los límites y dimensiones de nuestra persona.

Tengámoslo, entonces, muy en cuenta: se trata de quitar lo que pueda disputarle al Señor la posesión de nuestra persona; se trata de romper cualquier caparazón que nos cierre, que impida, que encallezca nuestra alma a la acción del Señor; se trata de ablandarla y de vehiculizarla toda, con la lluvia de la gracia que merezcamos y obtengamos por medio de la oración, y de las buenas obras ofrecidas con ese objeto.

La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.

lunes, 30 de noviembre de 2015

LA HISTORIA DE UN SOLO PAN Y DOS PRODIGIOS



La historia de un solo pan y dos prodigios
El párroco resolvió desvelar el misterio y descubrió que la Providencia siempre atiende solícita a las súplicas de los que confiadamente la invocan


Por: Redacción | Fuente: salvadmereina.co.cr 




El padre de Pierre murió como consecuencia de la miseria. Seis meses más tarde, su esposa lo siguió, consumida por las privaciones.

— Adiós, dijo la mujer al hijito, te dejo solo aquí en la tierra; sé bueno y persevera en la oración, que un día nos encontraremos en el Cielo.

Pierre quedo solo en el mundo.

Tenía apenas seis años, y una vecina caritativa lo acogió, dividiendo con él su pan de cada día. Entretanto, por más que se esforzaba en cuidar del niño, el corazón del pequeño huérfano estaba siempre junto a sus padres ausentes, que ansiaba por reencontrar.

En una de las largas noches que pasaba despierto, fue tomado por un pensamiento:



— ¡Ah, el Cielo! Debe de ser un lugar de mucha alegría, porque papá y mamá fueron allí y no pensaron siquiera en volver. Estoy seguro de que en el Cielo no debe de faltar nada.

Pero… ¿Por qué ellos no me llevaron también?¡Si yo pudiese ir a su encuentro, los abrazaría y besaría!

Desde aquél día, Pierre se le metió en la cabeza la idea de partir para el Cielo en busca de sus padres. Cierta mañana, sin decir nada a nadie, juntó en un fardo la poca ropa que tenía y se puso en camino.

Después de mucho andar, llegó a una aldea. Llegó tan exhausto que cayó delante de una puerta donde había una cruz. Era la casa parroquial.

El buen sacerdote oyó un gemido y corrió para ver qué era, encontrando el niño postrado en el suelo.

— ¿Quién eres tú, pobre criatura, y de dónde vienes?

— Yo soy Pierre, papá y mamá me dejaran solo y se fueron ambos para el Cielo. Mamá me dijo que los encontraría un día allá, con la condición de que fuese bueno y rezase siempre.

¿Pero dónde está este bendito Cielo? ¡Hace tanto tiempo que estoy andando para encontrarlo!

— Ven conmigo, pobre pequeño, dijo el padre enternecido. Vamos juntos a buscar a tus padres.

El huerfanito se quedó entonces a vivir con el piadoso sacerdote, y junto a él se sentía menos infeliz. Sin embargo, su pensamiento continuaba fijo en el Cielo.

— En fin, señor cura, preguntó un día. ¿Dónde está el Cielo? ¿Por qué usted no me llevó todavía para allá, como prometió?

— Reza a Dios, hijo mío. Él es tan dadivoso que nos ayudará a encontrarlo.

Pierre dirigió, entonces, sus oraciones fervorosas al Altísimo. Nada era tan conmovedor como verlo de rodillas delante del altar, con las manitas puestas para rezar. Este era su lugar preferido, donde en el suave silencio del recinto sagrado sus tristezas se amenizaban.

Se aficionó de modo particular a una imagen de la Virgen Santísima que llevaba en los brazos al Niño Jesús.

Aquella imagen, esculpida en madera, era un trabajo muy antiguo y constituía una verdadera rareza. A pesar de ello, ni todas las cosas raras y curiosas son bellas. Tanto la Virgen María como Jesús tenían el rostro exageradamente delgado. Delante de los dos, Pierre se sentía conmovido; en su inocencia imaginaba que Nuestra Señora era así tan delgada porque no se alimentaba.

Le bastaba pensar que la Madre de Jesús pasaba hambre, que sus ojos se llenaban de lágrimas y lloraba de compasión.

Cierta mañana, a la hora del café, guardó para ella un pedazo de pan, y fue a depositarlo a los pies de la imagen, diciendo:

— Comed cuanto queráis y sin temor, oh buena y santa Virgen, pues yo me siento contento de privarme de este pan para dároslo a Vos, que precisáis tanto de él. ¡Comed, que cuando hayáis acabado este pedazo, yo traeré otro!

Después, él salió de la iglesia.

Cuando volvió más tarde, no encontró el pan donde lo había dejado.

Satisfecho al ver que Nuestra Señora aceptaba su ofrenda, repetía la ofrenda todos los días, y todos los días el pan desaparecía. Sin embargo después de algún tiempo, Pierre observó que la Virgen continuaba delgada.

Buscó al sacerdote y le contó el caso.

— ¡Hace tanto tiempo que llevo mi pan a Nuestra Señora, y ella todavía está tan delgada! ¿Qué cree que pasa, padre? Creo que la Virgen está enferma; ¿no sería bueo que la examinara un médico?

— Pero la imagen de Nuestra Señora no puede comer tu pan, explicó sonriendo el cura.

— Pero, respondió Pierre con seriedad, yo le garantizo que ella come, porque el pan desaparece en poco tiempo.

El párroco, curioso, resolvió desvelar el misterio. Le dijo a Pierre que llevase el pan como de costumbre y se escondió en un rincón de la iglesia, desde donde podía vigilar la imagen y ver todo lo que pasaba sin ser visto.

Pierre acababa de salir de la iglesia y ésta estaba silenciosa y vacía.

De pronto, oyó unos pasos muy leves.

Un niño, pobremente vestido, fue a arrodillarse delante de la imagen.

Sonrió, cogió el pan, lo besó y lo escondió debajo de sus harapos. En seguida, hizo la señal de la cruz y comenzó sus oraciones con recogimiento y fervor.

El sacerdote dejó entonces su puesto de observación y puso la mano en el hombro del niño. Sobresaltado, el pequeño imploró:

— ¡Ah, señor padre! ¡Yo no soy ningún ladrón¡ Estoy aquí únicamente para buscar el pan que Nuestra Señora me da de regalo.

— ¿Y cómo sabes que es la Virgen la que te da ese pan? Preguntó el párroco, intrigado.

— Pero padre, usted mismo enseña en el púlpito que Dios nunca deja de atender nuestras necesidades. Como soy muy pobre, no dejo de venir todas las mañanas a pedir a Nuestra Señora mi pan de cada día. Y todas las mañanas me oye, pues lo encuentro siempre aquí.

El bondadoso cura tuvo que esforzarse para no dejar trasparecer la profunda conmoción que le invadía el alma. El frescor de la fe que palpitaba en los corazones de aquellos dos niños le proporcionaba la ocasión de admirar tan bella obra de la Providencia Divina; aquella misma Providencia que siempre atiende solícita a las súplicas de los que confiadamente la invocan.

ESTAMPAS CON EL CALENDARIO LITÚRGICO DE ADVIENTO 2015



EL ADVIENTO, PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD


El Adviento, preparación para la Navidad
Tiempo para prepararse y estar en gracia para vivir correctamente la Navidad


Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net 




Significado del Adviento

La palabra latina "adventus" significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa penitencia.

El tiempo de Adviento es un período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.

Esta es su triple finalidad:

- Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su primera venida.

- Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la "presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo. Vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y en el amor.

- Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la Parusía o segunda venida de Jesucristo en la "majestad de su gloria". Entonces vendrá como Señor y como Juez de todas las naciones, y premiará con el Cielo a los que han creido en Él; vivido como hijos fieles del Padre y hermanos buenos de los demás. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.

En el Evangelio, varias veces nos habla Jesucristo de la Parusía y nos dice que nadie sabe el día ni la hora en la que sucederá. Por esta razón, la Iglesia nos invita en el Adviento a prepararnos para este momento a través de la revisión y la proyección:

Aprovechando este tiempo para pensar en qué tan buenos hemos sido hasta ahora y lo que vamos a hacer para ser mejores que antes. Es importante saber hacer un alto en la vida para reflexionar acerca de nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios y con el prójimo. Todos los días podemos y debemos ser mejores.

En Adviento debemos hacer un plan para que no sólo seamos buenos en Adviento sino siempre. Analizar qué es lo que más trabajo nos cuesta y hacer propósitos para evitar caer de nuevo en lo mismo.




Algo que no debes olvidar

El adviento comprende las cuatro semanas antes de la Navidad.
El adviento es tiempo de preparación, esperanza y arrepentimiento de nuestros pecados para la llegada del Señor.
En el adviento nos preparamos para la navidad y la segunda venida de Cristo al mundo, cuando volverá como Rey de todo el Universo.
Es un tiempo en el que podemos revisar cómo ha sido nuestra vida espiritual, nuestra vida en relación con Dios y convertirnos de nuevo.
Es un tiempo en el que podemos hacer un plan de vida para mejorar como personas.

Cuida tu fe

Esta es una época del año en la que vamos a estar “bombardeados” por la publicidad para comprar todo tipo de cosas, vamos a estar invitados a muchas fiestas. Todo esto puede llegar a hacer que nos olvidemos del verdadero sentido del Adviento. Esforcémonos por vivir este tiempo litúrgico con profundidad, con el sentido cristiano.
De esta forma viviremos la Navidad del Señor ocupados del Señor de la Navidad.

ADVIENTO, ALGUIEN LLEGA


Adviento. Alguien llega
En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo.


Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net 




Adviento. Sí, llegada de Alguien importante, para algo importante, por algo importante, a un lugar importante. Descubramos el sentido profundo de este tiempo litúrgico tan sencillo, austero y propicio para la meditación y la esperanza.

En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más de dos mil años. Y al mismo tiempo ese adviento, todo adviento, nos lanza y nos proyecta y nos hace desear la última venida de Cristo al final de los tiempos en toda su gloria y majestad, como nos describe san Mateo en el capítulo 25: “Ven, Señor Jesús”. Pero también en cada adviento, si vivimos en clave de amor y de fe, podemos recibir y descubrir la venida intermedia de Cristo en su Eucaristía –detrás de ese pan y vino, que ya no es pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, en el prójimo necesitado –pregunten, si no, a san Martín de Tours cuando dio la mitad de su manto a ese pobre aterido de frío en pleno invierno francés hace ya muchos, muchos años, y en la noche Cristo se le apareció vestido con esa mitad del manto para agradecerle ese hermoso gesto de caridad-, o también descubrir el rostro de Cristo detrás de ese dolor o adversidad de la vida. Cristo continúa viniendo. El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.

Quién llega: Es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor del mundo, el Señor de la vida y de la historia, mi Amigo, El Agua viva que sacia mi sed de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la Vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida auténtica que vivifica.

Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más de dos mil años en Belén. Llega escondido en ese trozo de pan y en esas gotas de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino el Cuerpo sacrosanto y la Sangre bendita de Cristo resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, pobre, necesitado, antipático, a quien podemos descubrir con la fe límpida y el amor comprensivo. Y llega silencioso o con estruendo en ese accidente en la carretera, en esa enfermedad que no entiendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.

Por qué llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.

Para qué llega: para dar un sentido de trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando y cantando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega para hablarnos del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras ansias de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo de nuestra alma. Llega para recordarnos que no estamos solos, que Él está a nuestro lado como baluarte y sostén. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones del mundo.

Dónde llega: llega a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias tal vez divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza del pobre. Quiere llegar junto al lecho de un enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo de los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Quiere llegar a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella.

Cuántas veces llega: si estamos atentos, no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta estar con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que siempre es adviento. Es más, nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.

Cómo prepararnos: nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Adviento, tiempo de gracia y bendición. Llega alguien, sí. Llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Y hay que abrirle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad. ¡Qué triste quien no le abra la puerta a Cristo, dejándolo fuera, helándose y despreciado, con sus Dones entre sus Manos benditas! ¿Habrá alguien así, desalmado y sin sentimientos? ¡No lo creo! Al menos no lo quiero creer.
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